La vida de ellos o la nuestra

Por Marlon Puertas

Ahora que el ciudadano Gastón Alarcón embistió su carro Ford Explorer contra un ladrón que atacaba con un arma a su esposa y su pequeña hija, recordé las dos últimas ocasiones en que fui víctima de los delincuentes, en ambas encañonado con una pistola, indefenso, teniendo como única defensa para calmar a los delincuentes lo que llevaban mis bolsillos, las tarjetas de mi billetera, y el resto de objetos que para los delincuentes forman parte de sus ganancias del día.
Miren como son las cosas, hasta me sentí afortunado. Estaba tranquilo porque mi pareja a la que tanto amo estaba bien y solo resultó asustada, aunque igual de desvalijada que yo. Y luego, nada de pensar en poner una denuncia, nada de perder el tiempo en una fiscalía en la que tanto ella como yo, sabíamos que nunca recuperaríamos ni una mínima parte de lo que nos robaron. Mucho menos pensamos en que la policía lograría dar con los maleantes, meterlos tras las rejas, conseguir que un juez los sancione con la pena que les corresponde. Esa justicia para mí no existe y no de ahora, desde siempre. Esa fue la principal razón para dejar arrumado mi bonito cartón de abogado y al que, trece años después de celebrarlo en una alegre incorporación, no le hado el mínimo uso ni le sacado el menor provecho.
Solo aquel que ha tenido una pistola apuntando a sus testículos o a su cabeza puede entender la reacción de Gastón Alarcón. Solo aquel que ha visto amenazada la vida del ser que más quiere, hasta podría llegar a envidiar el desenlace que tuvo el hecho delictivo ocurrido la semana pasada en Los Ceibos. Ese sentimiento de impotencia que alguien sufre ante un ataque cobarde de delincuentes que saben que tienen el control absoluto de unas vidas que, en esos momentos, dependen de ellos, fácilmente se puede transformar en uno de venganza, si es que, por esos avatares de la vida, las circunstancias se vuelven en contra de los malandros y llegan a beneficiar a las víctimas.
Por supuesto, en la mayoría de los casos, salen bien librados los pillos. Cuentan con la ventaja que los ciudadanos no somos asesinos y pese a todo, siempre reparamos en que no vale la pena matar por puro desquite. Castigar, sí. Pero que quede claro que en el sistema ya no confiamos. Y que ni siquiera depende de que vengan más adelante los jueces verdes de Rafael. El sistema no cambiará si los políticos solo han entendido que el problema de la impunidad deriva del origen socialcristiano de los jueces y que aquello se soluciona poniendo leales a Alianza País. Quedaremos en las mismas. El sistema no cambiará si existen asambleístas muy inteligentes como María Paula Romo pero tan equivocadas en ser permisivas y piadosas con reos que no pueden volver a las calles en las mismas condiciones por las que los pusieron tras las rejas, porque aquello solo se convierte en un carrusel interminable de entradas y salidas de prisión, con la diferencia de que su récord criminal se va alimentando con cada vuelta.
Los delincuentes nos van ganando la batalla largo a los ciudadanos y por eso respiramos con alivio cuando vemos que, de vez en cuando, la pelea la gana un ciudadano como Gastón Alarcón. Defensa propia se llama, para esconder en algo el drama que significa aplicar la frase de Gastón: “entre la vida de mi esposa y la del sujeto, le tocó al sujeto”.
Ya tenemos bastantes capítulos de sangre como para que nuestras autoridades tengan clara de una vez la película que protagonizamos a diario, y casi siempre como víctimas, los ciudadanos. La ley de la selva se está instaurando en nuestro país, hay que reconocerlo. Pero que cada uno asuma su culpa, en la medida que les corresponde y que, quienes tienen el poder de hacerlo –Asamblea, gobierno-, que rectifiquen los errores que nos están desangrando.

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1 Comment

  1. Me han contado que el presidente ha dicho que el hubiera hecho lo mismo (que Gastón Alarcón), esto es resultado justamente de lo que la sociedad humana moderna quiisera evitar. Justicia por la mano propia. A mi  me queda la duda:  «Con tal de yo estar bien  el resto que se muera» le lanzo el carro, «un pillo menos».

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