El ejemplo de Václav Havel

Por Hernán Pérez

El reciente fallecimiento de Václav Havel es uno de esos raros acontecimientos que enluta tanto al mundo de las artes y las letras como el de la política. Dos mundos que parecen no haber nacido el uno para el otro han sufrido una pérdida con su muerte. Havel fue el líder de la liberación de Checoslovaquia del imperialismo soviético, inspirador de la llamada “revolución de terciopelo”. Un político que demostró, y pagó con su libertad, un serio compromiso con la democracia y su valores de tolerancia, civilidad y pluralismo; una posición que asumió desde la cruenta invasión comunista que aplastó la llamada Primavera de Praga en 1968, y por la cual fue encerrado, hasta su histórico encuentro con Gorbachov casi dos décadas después.

Pero Havel no solo fue un líder político de primera línea que supo sortear con habilidad los obstáculos de la transición de su país de un sistema socialista de corte autoritario hacia un sistema democrático, sino que fue también un gran intelectual. Su talento literario, su contribución al teatro y la poesía han sido lamentablemente opacados por su destellante carrera política.

Autor de más de veinte obras de teatro –entre las que destacan Memorando y Largo Desolato–, varias colecciones de poesía, y una decena de interesantes ensayos como “El poder de los sin poder”, Havel se enmarcó en la tradición del pensamiento liberal y democrático, así como la corriente de defensa de los derechos humanos, en particular de la libertad de expresión; una actitud que no le impidió denunciar al consumismo egotista del capitalismo occidental. Su posición parecía gravitar cerca de aquella del disidente ruso y Premio Nobel de literatura, Alexander Solzhenitsin con su énfasis en los cimientos morales del orden social.

La desconfianza con que el gran público parece mirar a los políticos con inclinaciones intelectuales, y la antipatía que generalmente le guardan los primeros a los segundos, goza de cierta tradición no solo en nuestra región sino fuera de ella también. Son pocos los políticos que no se ven así mismo como gasfiteros de problemas más que como pensadores de ellos. Su lenguaje, muchas veces vulgar y casi siempre superficial, refleja el limitado territorio en el que se desenvuelven.

Cierto es que los políticos no necesariamente deben ser intelectuales. Estos dedican sus energías al mundo del pensamiento por la pasión del conocer al margen de alguna instrumentalización. Nos ayudan a conocer el pasado, entender la sociedad, apreciar el arte y comprender la naturaleza. Václav Havel es de los pocos que ha roto con esa imagen de que la política y el pensamiento no pueden ir de la mano.

Tan acostumbrados nos tienen la mayoría de los políticos, especialmente, aunque no exclusivamente, los de América Latina a concebir la vida pública como una suerte de circo decadente, que nos resulta una excentricidad cuando encontramos a personajes como el líder checo cuya vida parece confirmar que, después de todo, el ideal de Platón en La República no es imposible o lejano como parece.

* El texto de Hernán Pérez ha sido publicado originalmente en el diario El Universo.

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