Simón Espinosa, el joven doctor

Juan Jacobo Velasco
Santiago, Chile

La justicia tarda, pero llega. Es de justicia, por ejemplo, reconocer a quienes han hecho contribuciones sustantivas en áreas de conocimiento exactas o sociales. Y, aún más, a quienes, a través de sus ideas, abrillantan todas estas áreas e insuflan con su espíritu prístino, inteligente y sensible, de una nueva y mejor naturaleza, aquella que no está limitada por el comportamiento estanco, sino abierta a los otros y al horizonte extensísimo del pensamiento. Encontrar personas así es bastante más difícil en este pajar de Internet y las revoluciones e involuciones constantes de nuestro ecuatorial paisito. Pero gentes así de escasas y brillantes existen. El milagro, a mi entender, tiene que ver con su proximidad. Cuando su voz aparece dos veces por semana en una página editorial, el acontecimiento es digno de reservar el mejor palco posible para disfrutar de una lectura que enriquece el alma y el intelecto por millonadas, en una oportunidad a prueba de crisis financieras y defaults europeos.

La tardía justicia llegó con el doctorado honoris causa que la Politécnica Nacional le otorgara a Simón Espinosa Cordero (SEC) hace varias semanas. Y quizá también con este extemporáneo artículo de uno de sus lectores beneficiados.

Si bien las personas piensan y actúan, el acto reflejo de la cotidianidad implica que muchos actuamos sin pensar. La automatización de la humanidad se convierte en el reflejo de un entorno que empeora con la poca investigación y espacios para pensar, y la consuetudinaria necesidad de subsistir. Que el pensamiento sea el sol que ilumine la acción propia y la de otros, y que esa luz y calor se disfruten al alero de una estética del lenguaje y del sentido de la vida, es aún más complicado. En mis dos décadas como lector de SEC, he disfrutado de ese extraño y sabroso ensamblaje, como si se tratara de un valioso vino. Su efecto antioxidante es indiscutible cuando uno se retrotrae al efecto que tuvieron en la propia escritura los reportes de Asterix desde el Imperio o Cocalandia, las cartas de Pepino a Rosita y las diversas versiones de las Windows ecuatoriales. Es una mirada de 360 grados en donde el pensamiento transversalizaba todo, con una agudeza y encanto que demostraba una filosofía de vida adulta en sus preguntas, mayor en su compasión y joven en su vitalidad.

Este último rasgo de SEC es el más sorprendente: cómo una persona con tantas décadas puede ser tan joven. Cómo tanto conocimiento y comprensión puede interpretar los acontecimientos con una mirada distinta, con la mejor escritura posible y con una humanidad que conmueve. Y además, con un humor juvenil, que juega com las cosas, deconstruyéndolas y rearmándolas. Como Gaudí, SEC vuelve a los orígenes del ser humano y logra traspasar sus propios límites cada vez que se lo propone, en una renovación permanente y con un rasgo propio del filósofo que es: amando la búsqueda de la verdad.

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