Despojos, un lugar apropiado en la escena guayaquileña

Por Aníbal Páez
Guayaquil, Ecuador

El estreno de despojos, ópera prima de la nueva agrupación guayaquileña Teatro Taller, nos convoca a una teatralidad que apuesta por la búsqueda de caminos distintos en la escena local. Sin llegar a ser un trabajo terminado, cabe resaltar la seria preocupación de una pareja que arriesga por la indagación de nuevos lenguajes, alejados de las fórmulas “exitosas” que campean en la cartelera de la ciudad.

De entrada, la distribución de las butacas para los espectadores, formando un cuadrilátero de dos niveles, nos traslada de inmediato a una especie de juego PACMAN donde nos convertimos en presencias/testigos de la progresiva fagocitación de la heroína. Ya desde allí, por la transformación del espacio escénico, el cambio de perspectiva nos induce a ser parte de ese juego donde la violencia encubierta va tejiendo el drama.
Con una trama sencilla, cargada de alusiones al coyoterismo nacional, el trabajo aborda las múltiples preguntas existenciales sobre “el lugar” apropiado, más bien, sobre la incapacidad que tenemos para encontrar, en los sitios que habitamos, uno que nos acoja sin la sensación de vacío y pérdida permanente mientras estamos en él.
Los dos personajes de la obra, interpretados por Lalo Santi y Lorena Toro,sintetizan el intento de tránsito hacia la búsqueda de un espacio de pertenencia exterior o interior que todos anhelamos:Él es una especie de coyotero simbólico, porque el sitio que ofrece “-por un precio irrisorio comparado con lo que recibirá a cambio” no es un espacio físico en realidad, es el paso por todos esos rituales que conforman la vida en sociedad, donde el matrimonio, la iglesia y la moral, determinan el único “lugar” que la mujer debe tener en el mundo. Ella, deseosa de encontrarse en ese mundo que le es ajeno e inconmensurable, encuentra en este hombre la posibilidad de un pasaporte hacia lo desconocido, que es a la vez territorio de liberación y aventura. Pero la aventura implica riesgos y es allí donde reside el conflicto de la historia, porque la solución aparente que ofrece el coyote, no hace más que profundizar el sentimiento de abandono y desconcierto de ella, que, sin embargo, le ayuda a generar la conciencia suficiente para entender que el viaje real para encontrarse no es sino hacia el interior de uno mismo. Es allí donde moran nuestras más grandes contradicciones y temores.
La obra, ganadora de los fondos concursables del Ministerio de Cultura, y que cuenta con el apoyo de Iberescena, tiene grandes aciertos en el uso del espacio y la generación de imágenes bellas y potentes que tienen suficiente carga alusiva para para darnos el ejercicio y placer de completar su sentido; pero todavía hay tela por cortar. Hay equilibrio en la actoralidad, sin embargo el estreno nos mostró un incipiente juego que debe potenciarse. Hay transiciones donde el tiempo se dilata más de lo necesario y entonces el cambio de ritmo, tan necesario, se estanca. Creo que el texto, pleno de reflexiones filosóficas y que a veces puede resultar hermético, tiene grandes posibilidades de desarrollo en la medida que no sea un fin en sí mismo, es decir, que la belleza de su palabra radica en la capacidad que tiene para revelarnos lo escondido a través de la frescura de lo coloquial y no de la pretensión intelectual.
Más allá de todo, Despojos es un feliz estreno para el teatro local. Una obra en construcción que es signo del crecimiento de una corriente alternativa a las estéticas imperantes en el arte guayaquileño. Eso se celebra siempre.

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