Los costos de la ideología

Por Carlos Larreátegui
Quito, Ecuador

El Directorio del Banco Central acaba de expedir una regulación que obliga a transferir los dineros provenientes del exterior a través de sus cuentas. Todo pago o remesa que tenga como destinatario una persona natural o jurídica nacional deberá ser depositado en la entidad estatal para luego ser redireccionado hacia el beneficiario final. Algunos analistas estiman que la acción obedece al desmedido afán del Régimen de vigilar y controlar a los ciudadanos. Creo, más bien, que la medida se relaciona con los niveles de liquidez necesarios para sostener la dolarización sin contratiempos.

El dólar aportó confianza en la economía ecuatoriana y estimuló la inversión nacional y extranjera en varios sectores productivos del país. Las exportaciones privadas crecieron progresivamente mientras los precios del petróleo alcanzaron niveles exponenciales. Todo esto se tradujo en mayores ingresos para numerosas familias y en incrementos importantes de la actividad económica. Ahora, muchos ecuatorianos están persuadidos de que el sistema monetario es parte inseparable del paisaje y que su vigencia resulta más que obvia. Nos hemos acostumbrado a manejar valores estables que nos permiten planificar ingresos y gastos con alta fiabilidad y quedan pocos recuerdos de aquellos tiempos plagados de inflación, devaluaciones y crisis constantes.

La dolarización, sin embargo, no es eterna ni indestructible y puede ser vulnerada por malas políticas.

El premio Nobel de Economía y feroz crítico del neoliberalismo, Paul Krugman, sostiene que la adopción de una moneda ajena cobra sentido solo cuando existen o pueden existir intercambios comerciales muy intensos con países que comparten esa moneda. Desde su punto de vista, la convertibilidad fracasó en Argentina debido a los escasos niveles de intercambio comercial con los EE.UU. Por ello, era lógico que el Ecuador, un país dolarizado, buscase un tratado comercial con los EE.UU. para potenciar inversiones y exportaciones.

Infelizmente, los falsos nacionalismos del gobierno de Palacio nos sacaron de las negociaciones y sepultaron dicha posibilidad. Por ahora, nuestros productos compiten en ese mercado gracias a las preferencias arancelarias contenidas en la Atpdea, un esquema que expira el año próximo. Simultáneamente, hemos perdido un acceso preferente a los mercados europeos por la negativa del Gobierno a suscribir un acuerdo comercial.

La falta de tratados comerciales y la contracción global afectarán nuestra economía de forma ineluctable. Si a esto añadimos la decreciente y casi nula inversión extranjera (USD 100 millones durante el 1er trimestre del año, una miseria), la falta de ahorro nacional y la inevitable caída de las remesas, el panorama económico se torna inquietante. Son los costos de la ideología.

* El texto de Carlos Larreátegui ha sido publicado originalmente en El Comercio.

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