Los que creen y los que no

Por Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España

Muy bien me podría haber pasado desapercibido el fallecimiento de un cardenal en Italia donde no son una rareza, precisamente. Pero al ver que se trataba de Carlo María Martini busqué entre mis libros hasta dar con aquella pequeña publicación que recogía las cartas que intercambiaron el semiólogo Umberto Eco y el cardenal Martini a través de un diario de Milán, ciudad en la que además este último ocupó el cargo de arzobispo.

“¿En qué creen los que no creen?” (Ediciones Público, Madrid 2009) se llama este volumen que contiene las ocho cartas que se intercambiaron entre ellos, además otros artículos rotulados “Coro” en donde varios intelectuales (Severino, Scalfari, Martelli y otros) hacen anotaciones en torno al diálogo y concluye con una recapitulación a cargo del propio Martini.

Este es un libro que tendría que ser de lectura obligatoria no solo para los intelectuales, los creyentes y los no creyentes, la gente del clero, sino también por políticos y quienes tienen algún tipo de relación con la opinión pública. Decía “lectura obligatoria”, cosa que pondría rojos de indignación tanto a Eco como a Martini ya que ambos, en sus primeras cartas, sientan un principio de valor inestimable: este diálogo “es un intercambio de reflexiones entre hombres libres” (p. 14) dice Umberto Eco. “Este es un intercambio de reflexiones entre nosotros con libertad, sin corsés ni implicaciones de cargo alguno” (p. 21) dice Martini. Por lo tanto la obligatoriedad queda descartada pues ella anularía parte del contenido de responsabilidad intelectual que asume cada uno de ellos.

Admitido este principio de libertad, es notable la cantidad de puntos en que ambos se muestran de acuerdo aunque recurran a fuentes distintas y provengan de creencias diferentes. Martini lo subraya: “Existe un ‘humus’ profundo del que creyentes y no creyentes, conscientes y responsables, se alimentan al mismo tiempo, sin ser capaces , tal vez, de darle el mismo nombre. En el momento dramático de la acción importan mucho más las cosas que los nombres, y no vale la pena desatar una ‘questio de nomine’ cuando se trata de defender y promover valores esenciales para la humanidad” (p. 25).

Carlo María Martini nació en Turín, el 15 de febrero de 1927 y falleció en Milán el pasado 31 de agosto a los 85 años de edad. Ingresó a la Compañía de Jesús donde desarrolló gran parte de su carrera intelectual hasta que Juan Pablo II le nombró arzobispo de Milán en 1979, cargo que ocupó hasta 2002. En 1983 el mismo papa le otorgó la dignidad de cardenal, distinción que aceptó después de recibir el correspondiente permiso del padre general de los jesuitas, Pedro Arrupe, ya que ellos no pueden aceptar tales distinciones de acuerdo a las órdenes de la Compañía. Aquejado por la enfermedad, en 2002 se retiró, renunció a toda la suntuosidad y magnificencia que acompañan a un príncipe de la Iglesia, para retirarse a vivir en una celda acorde con el voto de pobreza que hacen los jesuitas.

Dicen las crónicas que su cuerpo fue velado en la catedral de Milán, el Duomo, donde a razón de 6.000 personas por hora (200.000 en total) desfilaron para despedir al obispo de los creyentes y los no creyentes. Durante el funeral, 6.000 personas siguieron la ceremonia en el interior del templo mientras otras 15.000 se apiñaban en la plaza del Duomo donde siguieron los actos a través de pantallas gigantes de televisión. Poco antes de morir, el periódico “Corriere della Sera” publicó una entrevista con Martini en la que el obispo, reingresado jesuita, declaró: “En la Europa del bienestar y en América, la Iglesia está cansada”.

Como no creyente, su correspondencia con Umberto Eco me infundió un profundo respeto y admiración hacia su persona y al entrar de nuevo en contacto con su pensamiento no pude menos que pensar en lo que se ha convertido la iglesia (así, con minúsculas) en nuestro país.

* Jesús Ruis Nestosa es periodista paeaguayo. Su texto ha sido publicado originalmente en ABC Color, en Paraguay.

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