La flecha

Por Xavier Vizcaíno
Quito, Ecuador

Con el perdón de los marxistas y todos sus hijos putativos, el destino de las civilizaciones está determinado por el conjunto de los herramientas y los conocimientos que están en sus manos.

Este acervo de saberes (conceptos, procedimientos y actitudes) y herramientas (medios de transformación del entorno) se llama tecnología. Ésta permite multiplicar las capacidades humanas, como la fuerza y la inteligencia.

Desde el paleolítico, los recursos del entorno determinan la tecnología imperante tanto por su presencia como por su ausencia. En los lugares con abundante piedra volcánica, se fabricaron puntas de flecha de obsidiana. Las civilizaciones que no contaron con este recurso, tuvieron que desarrollar la fundición de mineral para subsistir. La historia demuestra que las civilizaciones que prevalecieron no necesariamente son las que contaron con abundantes recursos naturales listos para usar, como la piedra; los grandes ganadores son los pueblos que se vieron obligados a realizar un trabajo más complejo de descubrimiento, invención e innovación. Dos actividades están ligadas a este proceso: La obtención de alimentos (agricultura, pesca y caza) y la guerra.

Estas actividades tienen un símbolo común que las identifica. Está siempre presente, aunque a veces disfrazado. Ese símbolo es la flecha: un elemento triangular y puntiagudo que permite señalar, perforar, cortar. Las primeras huellas arquológicas de las civilizaciones son, justamente, formas de flecha: Puntas, cuchillos de mano y lanzas. El arado no es más que una flecha que se apunta contra el suelo, para roturarlo, ablandarlo y hacerlo perceptivo a la simiente.
La cacería es la forma primaria de obtención de proteína de alta calidad. El desarrollo de armas de caza de largo rango, con forma de flecha, mejora la probabilidad de supervivencia de los cazadores frente a presas más fuertes que ellos. La habilidad de lanzamiento del poder perforador de una lanza determina una mejor probabilidad de supervivencia y cazadores cada vez más ágiles y fuertes.

Es inevitable el tránsito de la cacería a la milicia. El dominio militar requiere de una superioridad numérica de guerreros y un dominio de la distancia para minimizar el número de bajas en la lucha de corto rango. Las tecnologías de lanzamiento de flechas a mayor distancia y con precisión determinan la ventaja militar. Los misiles balísticos intercontinentales con capacidad nuclear no son más que formas muy sofisticadas de flechas teledirigidas y con altísima capacidad destructiva.

En la era de las tecnologías de la información y la comunicación, la flecha sigue presente en las pantallas de los dispositivos de procesamiento, almacenamiento y transmisión de datos. Con el “mouse” se dirige una flecha que permite señalar, seleccionar, activar elementos de la interfaz de la pantalla. La tecnología táctil ha logrado prescindir de la gráfica de la flecha: utiliza nuestros propios dedos como la flecha que apunta, selecciona, arrastra, activa, desactiva, enciende y apaga.

Mi forma favorita de flecha es la pluma de escritura. Su punta aguda es incisiva y creadora. Dibuja símbolos para transportar ideas. Rompe, construye, desdibuja y traza. Sirve para contar historias que los dueños de otras flechas quieren ocultar. La pluma sirve para decir, decir es pensar y, si seguimos a Descartes, pensar es existir.

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