Velarde se bautiza en el campo de la escultura

Guayaquil.- Con una gran acogida del público guayaquileño, se llevó a cabo el 8 de noviembre la inauguración de la exposición de esculturas de Jorge Velarde en la galería de Patricia Meier, en el marco de la iniciativa «Contamos contigo» de la CORPORACION EL ROSADO, que donará la ganancias por la venta de las esculturas al Comité de Damas de SOLCA (Sociedad de Lucha contra el cáncer del Ecuador).

Jorge Velarde (Guayaquil, 1960) es un artista formado en la escuela de Bellas Artes de Guayaquil. En 1982, cofundó el colectivo de artistas «La Arte Factoría» junto a Marcos Restrepo, Xavier Patiño, Flavio Álava, Juan Castro y Paco Cuesta. Posteriormente, viajó a Madrid para estudiar cine, y a su retorno a Ecuador retomó la pintura.

Ha participado en numerosos proyectos colectivos en Ecuador y en países como Costa Rica, Venezuela, Perú, Argentina, Bélgica, España, Estados Unidos y China.

También ha sido acreedor al Primer Premio Salón de Julio, Guayaquil (1993) y Primer Premio Salón de Octubre (1990).

El crítico de arte Rodolfo Kronfle Chambers afirma que: «Con la presente muestra Jorge Velarde, un artista imprescindible dentro del canon guayaquileño de la pintura, se bautiza de lleno en el campo de la escultura»… «la mayoría de las piezas que componen esta muestra tienen antecedentes en diversas tela y ensamblajes de su autoría, una forma natural que desde siempre ha empledo para destacar sus intereses, reinventando sus propias quimeras para potenciar sus sentidos. Aquí reaparecen versiones tridimensionales de álter egos como El Solitario George (2009) y aquella metaformosis en alimañana que encierra el retruécano kafkiano Gregoria Tzantza (también 2009, o en sus versiones como Bicho del 2008). Igual sucede con Ruth La Acróbata (2010) y el Hombre elefante (2004), que se sintonizan con varias otras  obras que pueblan su trayectoria y que pueden hablar tanto de aquella memorias del circo, improntas de infancia, así como de la atracción por lo bizarro que encontramos particularmente en los inicios de su carrera.»

«Las citas y apropiaciones de clásicos como Los Amantes (1928) de René Magritte y el Violín de Ingres (1924) de Man Ray junto a la desacralización (indor) futbolera de un Niño Dios, que al erguirlo de su habitual pose yacente adopta milagrosamente el ademán de una finta, nos sitúan en un territorio de posibilidades abiertas – de ambague y gambeta semiótica- donde el fervor religioso y la cultura popular, la pulsión erótica y la de muerte, conviven en la mirada del artista en una tensión paradojal y seguramente existencial».

mrjc/fotos LaRepublica

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