La culpa es de la culpa

Bernardo Tobar
Quito, Ecuador

No falta el marido que justifica sus fracasos en su mujer -o en la mujer del suegro-; y esta, en el marido. Algunos hacen de su infancia el chivo expiatorio, gracias a la impronta dejada por algún profesor tiranuelo, en tanto el empleado le echa la culpa a su jefe y viceversa, el izquierdista se carga al capital, los ciudadanos, al gobierno, y los políticos critican a sus predecesores, a la oposición, a la prensa, a la historia. Una variante más paranoica inventa -y los más tontos se lo creen- conspiraciones a diestra y siniestra, como si las constelaciones orbitasen en torno a un personaje, a un proyecto, a un país, dispuestas a cumplir los más oscuros designios y a obedecer a las más perversas fuerzas para hacerle la vida imposible a los héroes, a los buenos; la mismísima ley de la gravedad rendida al servicio de villanos todopoderosos. ¡Héroes y villanos, la dialéctica mediocre que ha nutrido la historia!

Tener a mano una excusa es muy práctico. Y muy fácil, pues cuando ya parecen haberse agotado queda todavía, para los asuntos del día a día, el clima, el tráfico o la burocracia; y para los asuntos de más largo plazo, la Providencia, para los devotos, o simplemente la mala suerte, para los que, paradójicamente, no creen casi en nada salvo en el misterio del azar. La excusa es la puerta de escape, la válvula que desfoga la presión de las responsabilidades y permite tranquilizar la conciencia ante las metas logradas a medias, ante los planes muertos antes de nacer, ante la ambición atrofiada por el miedo, ante la comodidad de poner en manos de un curador público los problemas.

El trato que le damos al germen de esta comodidad moral distingue al líder de aquel que queda sometido a la servidumbre de sus propias excusas, a la celda de sus límites imaginarios, al sufrimiento anticipado de un fracaso que nunca llega, pues la competencia ni siquiera se intenta. Porque el líder no es quien manda a los demás, sino quien se domina a sí mismo; no es quien pretende regir en los destinos de otros, sino quien inspira a otros a tomar control de su propio destino; no es quien impone autoridad, sino quien respeta la libertad; no es quien se justifica, sino quien sueña y es capaz de construir sobre ilusiones; no es quien culpa a otros, sino quien acepta sus errores. Ese es el líder en potencia que hay en cada ser humano, el que permanece inhibido por el paradigma de la excusa, o el que podemos activar dejando de echarle la culpa a la culpa.

Este es uno de los desafíos más importantes de cualquier sociedad o grupo humano, el desafío de movilizar al individuo hacia la búsqueda de su destino personal, único, irrepetible, libérrimo, especialmente en una época concentrada en los diseños colectivos, en la planificación pública, en la arquitectura de la sociedad desde el Estado, en fórmulas políticas de garantizarle al individuo la solución de sus problemas, es decir en todo aquello que inhibe al ciudadano de su responsabilidad, de su poder para decidir y construir, sin tutores públicos, sin excusas.

* El texto de Bernardo Tobar ha sido publicado originalmente en diario HOY.

Más relacionadas