¿Qué tanto importa la muerte de Chávez?

Héctor Yépez Martínez
Guayaquil, Ecuador

Mucha tinta ha corrido ya sobre la reciente muerte de Hugo Chávez. Hay de todo: desde demostraciones frenéticas de pena hasta falsas condolencias que disimulan satisfacción. Pero nadie puede dudar que Chávez, con su polémico carisma, tras catorce años al frente de Venezuela, fue uno de los políticos más influyentes de la historia reciente de América Latina. No voy a evaluar ahora el balance del chavismo en Venezuela y la región: es bueno darle tiempo al tiempo. Lo que sí cabe preguntarse hoy es si resulta sano que la vida o muerte una persona tenga tanto impacto en una sociedad.

La pregunta tiene mayor importancia para los mismos chavistas que para sus detractores. Más allá del peligro del caudillismo en la salud de una democracia —al conjugar un liderazgo útil para grandes transformaciones sociales con los excesos de un gobierno autoritario—, ¿es sostenible un proyecto político que gire en torno a una sola persona? La pregunta, cómoda de plantear en el mundo de la teoría, adquiere un dramatismo fatal hoy que el gran caudillo abandona a su pueblo: ¿es posible un pretendido “socialismo del siglo 21” en Venezuela sin Chávez? ¿Es posible edificar toda una política de Estado sobre un ser humano de carne y hueso?

Que el chavismo no funciona sin Chávez resulta fácil de predecir. Ni Maduro ni Cabello podrán sustituir al arrollador Comandante en Venezuela. Y a nivel regional, Rafael Correa gozaría de aptitudes personales para capitanear la izquierda latinoamericana, pero no posee la mina de petrodólares que despilfarró Chávez para expandir su influencia regional.

No se trata de criticar los liderazgos fuertes. A veces es indispensable una personalidad como la de Chávez para transformar un país. De esa madera están forjados casi todos los políticos excepcionales. El problema está en la necesidad de continuar en el tiempo la obra de un solo hombre: Uribe en Colombia o Lula en Brasil fueron grandes personajes, pero sus políticas sobrevivieron a sus mandatos. Es necesario traducir virtudes personales hacia una organización social con vida propia y superar el caudillismo para construir un proyecto sostenible de país. En otras palabras: el desafío está forjar instituciones, que no son más que los medios para que la máquina social funcione sin necesidad de individuos excepcionales y —lo que es más importante— a pesar de los malos individuos.

Esa es la diferencia, por ejemplo, del rol de Chávez en Venezuela con el de los “padres fundadores” en Estados Unidos. Venezuela terminó como un club nacional de fans en luto. Estados Unidos terminó como una nación. ¿Y cómo quedaremos en Ecuador? ¿Podrá Correa capitalizar uno de los liderazgos personales más sólidos de la historia ecuatoriana para perdurar, con instituciones, su Revolución Ciudadana en el tiempo? ¿O pasará como un eficiente ejecutor de retórica fina, cuyo legado muera cuando pase a Bélgica o a mejor vida, y quede en la historia solo para alimentar el verbo de algún otro futuro caudillo?

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2 Comments

  1. «capitanear la izquierda latinoamericana»

    ja ja ja ja… está bueno el chiste… ja ja ja ja.

    Gracias, me he reído con ganas :))

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