Escuelas

Juan Jacobo Velasco
Santiago de Chile, Chile

Cualquiera que observa el proceso educativo en la actualidad o vuelva a estudiar sabe que “regresa” a un mundo distinto del que dejó formalmente en el colegio y la universidad. Como padres, con los hijos se aprecia qué implica la disponibilidad de innumerables herramientas pedagógicas a través del ciberespacio, cómo confluyen diversas miradas educativas en los mecanismos de estimulación cognitiva y de aprendizaje y cómo una sociedad más vertical –entendida como una sociedad que confronta los modelos educativos basados en una autoridad incuestionable- transfiere esas relaciones al aula de clases.

La escuela de nuestros hijos y su formación es un proceso tecnologizado. En esa biblioteca abierta que es la Internet se pueden encontrar prácticamente todos los contenidos necesarios para aprender. Y no hablo solo de los textos y fórmulas como una letra impresa, sino que incluso se puede acceder a la manera como se resuelven las preguntas y problemas de la mejor manera, usando un tutor que enseña qué y cómo se deben enfrentar las preguntas. Los niños y jóvenes de hoy ya no se satisfacen con ser meros receptores de la información que se les dice. La enfrentan en ese abanico interminable al que ingresan con sus celulares, tablets y laptops.

La pregunta gira en torno a su capacidad para procesar esa información interminable, para distinguir el trigo y la paja, para tener criterio. Es ahí donde entramos los padres y maestros. La experiencia física de la interacción entre personas da algo que el conocimiento frío carece: afecto, guía, contención. En esa triada radica el éxito de las miradas educativas que tienen a la persona como centro, respetando sus tiempos, observándolas integralmente, enseñándoles a discernir y cuestionar con un propósito mayor: la verdad.

Con las nuevas tecnologías, todos y en todo momento tenemos acceso a diferentes versiones sobre los mismos hechos. La secuencia lógica es que los modelos educativos verticales entran naturalmente en crisis dada la velocidad con la que se enfrentan los hechos sujeto de estudio y que están, como nunca, abiertos al escrutinio. El cuidado con el que se transfieren los conocimientos, la necesidad de retroalimentación y una visión educativa entre pares, donde el maestro es un guía y miembro más de esa comunidad llamada aula de clases.

En la experiencia  de reinsertarse en la universidad, tras años fuera de las aulas, el cambio es aún más dramático. Amén de la lentitud neuronal, lo más llamativo es la velocidad y complejidad con la que el conocimiento se transmite y decanta en resultados igual de rápidos. Las generaciones de trabajadores de este siglo son multidimensionales, insertos en la lógica de los programas computacionales, la resolución inmediata de objetivos y la exasperación ante la lentitud de respuestas.  En un mundo crecientemente complejo e interactivo esta norma parece funcionar. Pero también necesita un norte que debiera empezar y terminar en el prójimo y la sociedad.

* Juan Jacobo Velasco ha escrito este texto originalmente para su publicación en el diario HOY.

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