La política del carajo

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

Ha quedado en paños menores la política revolucionaria, cuyo desciframiento le hizo la vida cuadritos al papá del socialismo del siglo XXI, Heinz Dieterich, y a tantos otros pensadores contemporáneos que intentaron, inútilmente, encontrar la esencia de la ideología verde, no parecida al chavismo, menos al alfarismo y nunca cerca del gutierrismo.

Pues la esencia de todo es la política del carajo. El asunto es que con el nombramiento del nuevo ministro de Cultura, fiel cultor de esta palabra, ora en la radio, ora en las calles, ora en la Asamblea, órale güey, todo ha quedado en evidencia. A este Gobierno le encanta aplicar esta ruda política, típica del festival de los hombres duros. Hay claros ejemplos:

Que la economía del país es vulnerable y si no hay buenos precios del petróleo, no habrá ni como pagar los sueldos de los nuevos y felices burócratas. Qué carajo. Hay que aprovechar la actualidad, la vida es una sola, no hay dos, nada te llevas a la tumba, chúpate la plata. Que se las arreglen los que vienen.

Que las relaciones internacionales dependen de manejos prudentes y diplomáticos, que necesitan de palabras sutiles y tratos amables. Pamplinas. Aquí somos costeños, y, por lo tanto, frontales. Tendrán que disculparnos. Pero aquí no nos vamos a dejar ver la cara de nadie. Ni de los gringos, ni de los ingleses, ni de los colombianos, ni de los peruanos. Ni de las peruanas. De los chinos… bueno, de los chinos, sí, porque les debemos harta plata y qué son unos radares que no detectan ni una mosca, al lado de esa fortuna que les adeudamos. Qué carajo. Que cobren las garantías, pero en chiquicorto, no vayan a resentirse los socios.

Que dentro de la función pública están funcionarios ineptos, que no sirven para nada, sino solo para soportar los correazos presidenciales. Qué carajo. Que sigan no más en sus puestos, que no hay otros dispuestos a ser el lomo fino de los sábados. Que estos están por todos lados, son lerdos, no avanzan al ritmo revolucionario. No importa. Son necesarios, porque sino, cómo se luce el compañero presidente fiscalizando sus propios errores, en vista de que no hay un solo opositor que lo haga, aunque sea por piedad con el país.

Que hay contratos millonarios que no sirven para nada, como los de guardar tractores que debieron haberse repartido. Se despilfarró la plata y nadie está preso. Hace un año se denunció a la Fiscalía y ahora resulta que no aparece el informe que dice el Contralor que ya se hizo. Mientras tanto, en el Banco de Fomento siguen los mismos, no quieren hablar y nadie da explicaciones. Algunos hasta se han contagiado de ese espíritu del poder que les dice al oído que, a ellos, nada les pasará. Por algo ha de ser.

Y así la pasan, de largo, con esa política que nunca les falla. A nivel interno y externo. Porque nadie se atreve a ponerse más bravos que ellos, nadie alza la voz como ellos. Solo se quedan impávidos, tratando de entender. Intentando captar las verdaderas intenciones atrás de ese juego de palabras y de gestos, que se justifican en la soberanía de un país, igual de confundido. Igual de carajeado.

* Marlon Puertas es Editor Nacional del diario HOY. Su texto ha sido publicado originalmente en HOY.

Más relacionadas