Sergio Ramírez Mercado
Masatepe, Nicaragua
El viento del Oeste sopla sobre Centroamérica con fuerza mágica, y nos abrasa el aliento del Dragón colosal. En este pequeño istmo que Neruda llamó la garganta pastoril de América, tendremos pronto al menos tres canales interoceánicos, uno acuático y otros dos secos, financiados y construidos por compañías privadas o estatales de la China. Se removerán montañas y desaparecerán selvas. Los ríos cambiarán de curso y se excavará el lecho de los lagos. El supermercado de ilusiones es infinito.
Si hacemos bien las cuentas, los canales serán cuatro en una misma región geográfica, porque el de Panamá ya existe; cinco, si tomamos en cuenta el proyecto de construir en Costa Rica una supercarretera entre el Caribe y el Pacífico; y seis, si incluimos a Colombia, que negocia con China la construcción de su propio canal seco, obras a cargo de la China Railroad Engineering Company. Y podrían ser siete, si tomamos en cuenta el canal proyectado por México en el istmo de Tehuantepec, y hasta ocho, pero El Salvador no puede entrar en la cuenta, pues no tiene costa en el Caribe.
Ya sabemos que el canal por Nicaragua es el más completo de todos, con un costo calculado en 40.000 millones de dólares, equivalente a cinco años del PIB del país, un póquer de ases: un canal para barcos de toda especie y tamaño, un ferrocarril transoceánico, carreteras, un oleoducto, puertos en cada costa, aeropuertos, zonas libres de comercio, todo en manos de la HK Nicaragua Canal Development, con domicilio en Hong Kong, pero inscrita en Gran Caimán, con un solo dueño, Wang Ying.
Las obras de este canal producirán un millón de empleos (la población económicamente activa en Nicaragua es de 2 millones de personas) y el PIB crecerá, para empezar, en un 15 por ciento anual. Los milagros de la Biblia se quedan pálidos; qué mar Rojo ni qué nada, la vara de Wang Ying es más poderosa que la de Moisés.
El canal seco que atravesará a Honduras, un poco más modesto, cuesta la mitad del de Nicaragua, 20.000 millones de dólares, un ferrocarril alimentado por una planta que utilizará “fuerza mareomotriz”. El diseño del proyecto y su construcción estarán a cargo de la China Harbour Engineering Company.
El presidente Pérez Molina, de Guatemala, afirma que su canal consiste en “un proyecto de 390 kilómetros, con un gasoducto y oleoducto, una carretera de alta velocidad y una línea de tren”. El costo es de 10.000 millones de dólares.
Todos los caminos van a dar a Pekín, como antes iban a dar a Roma. Una inversión de 70.000 millones de dólares para la construcción de tres canales interoceánicos, y nadie se ha preguntado hasta ahora por qué no uno sino tres, que competirían entre sí mismos hasta la ruina, en una región tan pequeña y tan pobre.
Todo esto me ha hecho acordarme de la película Bienvenido, míster Marshall, de Luis García Berlanga. Después de terminada la Segunda Guerra Mundial, se inició el famoso Plan Marshall para la reconstrucción de Europa, tiempos en que EE. UU era visto como el gran bienhechor poderoso, igual que es vista China hoy.
Los habitantes de un pequeño pueblo de España, Villar del Río, avisados de la inminente llegada de aquellos benefactores, se preparan para recibirlos y hasta ensayan una canción de bienvenida: “Los yanquis han venido, olé, salero, con mil regalos, y a las niñas bonitas van a obsequiar con aeroplanos, con aeroplanos de chorro libre que corta el aire, y también rascacielos, bien conservados en frigidaire…”.
Pero el día señalado, cuando todos salen a esperar a la caravana de autos donde viaja la comitiva, esta pasa de largo. Las autoridades obligan a los habitantes a sufragar los gastos ocasionados por la fiesta frustrada, y se vuelven más pobres de lo que antes eran.