Fitzgerald más allá del tiempo

Miguel Molina Díaz
Barcelona, España

Esta semana no dedicaré un solo segundo a pensar en la desvergüenza del poder o en la propaganda engañosa, ni en las sabatinas penosas, ni en el silencio cómplice de quienes en lugar de cuestionar no hacen más que aplaudir y adular. Por esta semana merecemos olvidar las coyunturas y los arrebatos del presente. Pensar en aquello que va más allá de tiempo. Más allá de las mentiras. Más allá de las decepciones.

A propósito de la enorme cantidad de opiniones contrapuestas que ha despertado la cinta de Baz Huhrmann en la que se adapta la obra maestra de Francis Scott Fitzgerald decidí, en lugar de analizar el largometraje, volver a las páginas de ese enorme escritor estadounidense.

‘El Gran Gatsby’ (1925) es, indudablemente, una de las novelas de mayor trascendencia en la literatura norteamericana del siglo XX. Su lectura nos conduce a las calles del Nueva York de los años 20, que vivía el auge de su etapa de industrialización. La era del consumo, del desasosiego, del lujo extremo y del espontáneo aparecimiento de grandes fortunas.

El argumento si bien es robusto por su fuerza es genial en su sencillez. Jay Gatsby, un millonario de Long Island, es el anfitrión que cada sábado recibe en su palacio a la élite neoyorquina en su intento por encontrar a Daysi, un amor del pasado que nunca pudo olvidar. Sus fiestas pomposas y extravagantes son ese gran espacio en el cual, según Fitzgeral, se puede lograr la intimidad, precisamente, por la cantidad agobiante de gente desfogada por los vicios y la diversión. La intimidad del vidente que, frente al unísono comportamiento de las masas, logra una apreciación cósmica de su entorno. Una apreciación de la cruda realidad.

Pero más allá de las circunstancias, que se encuentran en el texto y que los interesados deberán leerlo, Fitzgerald nos propone, con su prosa elegante y aguda, una retrospectiva sobre los sueños. La posibilidad de volar alto y alcanzar aquello que la imaginación ha deseado. Y en ese Nueva York de los años 20 hacer que los sueños se conviertan en realidad, no era imposible.

Jay Gatsby lo logró, presumiblemente, haciéndose contrabandista de licor en la época de la prohibición de su consumo. Así, recurriendo a prácticas ilícitas, salió de la más miserable pobreza y logró codearse con la burguesía de la gran manzana. El poder y el dinero, sin embargo, no eran para él un fin en sí mismos sino el medio para alcanzar el más grande y valiente de sus sueños: el amor de Daysi. Mejorar, cambiar, renacer por el amor de Daysi.

‘El Gran Gatsby’ es una novela sobre la fuerza del pasado y la imposibilidad evidente de retomarlo y revivirlo. Una novela que nos lleva a preguntarnos cual fue la época más intensa de nuestras vidas. ¿Cuál es esa persona por la que construiríamos palacios y leyendas? Porque mucho de lo que hicimos se parece, de un modo u otro, al baile de los pavorreales o las torres que ciertos pájaros construyen en los arbustos para seducir a sus parejas. Y ese es el sueño más preciado.

Como el sueño de Fitzgerald que era, tal vez, lograr una novela en el que el espíritu de ese Nueva York legendario quede impregnado. Y él, que era un romántico empedernido, un enamorado que veía en su amada Zelda la razón para escribir las mejores novelas, consiguió mucho más que eso. Una historia que pese al paso de los años no ha perdido la resonancia en los lectores ni la capacidad de llevar nuestra tensión a límites nunca antes explorados. Porque dedicar la vida por un sueño, vale la pena. Y sí Scott, “de esta manera seguimos avanzando con laboriosidad, barcos contra la corriente, en regresión sin pausa hacia el pasado.”

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