Por lo menos disimulen

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

No envidio para nada a los que se han subido a la cruzada de la revolución ciudadana. Miren a la pobre jueza Hilda Garcés, famosa por haber ordenado que no circule el libro de Miguel Ángel Cabodevilla. Habrá pensado que con su acto ganaría palmaditas en la espalda, felicitaciones sabatinas o ascensos vertiginosos. Pero no. Se ganó una repelada general, en la que se incluyó el mismísimo Gobierno al que pretendió alegrar con su diligente y apurada decisión. Desde la Presidencia, por si alguien pensó lo contrario, publicaron rapidito su rechazo a la censura, ellos que siempre se han acostumbrado a tolerar cualquier tipo de comentarios, por más lejanos a sus prédicas que parezcan. Esto último fue un chiste cruel.

Otro comedido resultó ser el Defensor del Pueblo. ¿De qué pueblo, pregunto? La palabra le queda grande a esta oficina que se ha convertido, que pena decirlo, en una especie de lámpara maravillosa, de la que sale un genio dispuesto a cumplir los deseos de su Aladino de turno. Con el agravante que, ahora, se adelantan a esos deseos. Intentan adivinarlos, para darle la sorpresa y una doble satisfacción.

Un verdadero defensor del Pueblo se hubiese preocupado, a tiempo, por la suerte de esa niña, cuya imagen prohibe difundir. Una vez más, el problema para estas autoridades es que se sepa quién es la niña que sufre una tragedia en su vida, que fue y sigue secuestrada, que se quedó sin padre y sin madre. No es su rescate la preocupación, sino que su caso no trascienda, como no trascendió en tantos meses, de no ser por la insistencia de un misionero tenaz como Cabodevilla.

Pero no resulta tan fácil que ahora el Gobierno salte a la arena como el primero en reclamar por la censura. Porque, finalmente, estas autoridades solo han seguido las líneas generales que ha impuesto la revolución como norma. Y lo que menos desean, para bien de su estabilidad, es contradecir o desviarse un centímetro de esas políticas. Cumplen su trabajo.  Y la consigna es, que mientras menos se sepa, mejor. Divulgar mucha información es un problema. Publicar nombres, una infracción. Testimoniar con fotografías, un peligro. Decir toda la verdad, un atentado a la seguridad nacional.

Así que los comedidos  no tienen toda la culpa. Están confundidos. No entienden esos cambios bruscos de posturas que no ayudan a fabricar el mínimo de coherencia, que cualquier institución pública requiere para no ser objeto de burlas. No puede ser que se castigue a los padres de los hijos del PRE, como les dijo Rossana Alvarado, por una fotografía que salió publicada en El Universo, y no se diga ni una palabra por la utilización política de una niña, a la que se presenta como una hija del 30S, marcando de verde  a una inocente que, quien sabe, en el futuro se convierta en la más vehemente crítica del correísmo y sus derivados.

Las ansias de quedar bien están llevando a extremos absurdos. La inseguridad que transmiten estas personas que ocupan puestos de autoridad es intolerable para un sistema que se vende como respetuoso para las distintas instituciones que lo integran. Sus actos pintan la verdad de lo que ocurre. Y lo que ocurre es vergonzoso.

* El texto de Marlon Puertas ha sido publicado originalmente en el diario HOY.

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