¡Vargas Llosa is back!

Maricruz González
Quito, Ecuador

Leonardo Valencia, buen escritor ecuatoriano, publicó el artículo Diario de guerra del héroe discreto, en donde compara la última novela de Vargas Llosa, El héroe discreto, con otra publicada por el fabuloso escritor y entrañable amigo de Borges, Bioy Casares, Diario de la guerra del cerdo.

Dejando de lado esta última, cuya asociación no capté del todo, me parece que Valencia se equivoca al decir que “hay algo todavía no resuelto” en la obra del Premio Nobel peruano. Al margen de que creo que nunca se resuelve nada en la vida humana, pensé justamente lo contrario al entreleer la trama de esta última novela de Vargas Llosa que me hizo sentir que MVLL is back!

El héroe discreto habla de temas profundos, “una novela moral, no moralizadora”, como bien dice Sergio Ramírez en su artículo El tercer héroe discreto. Más bien da la impresión de que Vargas Llosa está llegando a sitios recónditos en los años maduros de su vida.

Personalmente, las últimas novelas de Vargas Llosa me habían decepcionado – por eso me salté Fonchito y la luna. Dejé de sentir el gusto de lo que yo llamé su “buena época”. Como adicta que soy a este autor, cuando salió El héroe discreto, sabía que lo iba a leer, aunque debo confesar que me demoré por esa desilusión de los dos libros anteriores. Siempre había devorado con un gusto indescriptible toda su obra, a excepción, eso sí, de sus andaduras por la prosa erótica o política que, a mi modo de ver, debería dejar para otras plumas.

En esta última novela publicada el año pasado, está de regreso esa prosa peruana tan propia del autor, con dichos y chanzas que nos hacen imaginar el cuadro y reír con nostalgia recordando sus obras anteriores y regocijo del reencuentro.  Está la trama, o las tramas, que luego llegan a unirse magistralmente; está el suspenso de un capítulo a otro: aquel con que terminamos un capítulo sobre Felícito Yanaqué y aquel con el que comenzamos el siguiente sobre Ismael Carrera. No hay capítulo que nos huela a relleno para mantener la atención, como sucede últimamente en algunos thrillers. Ninguno aquí se puede saltar.

La trama está compuesta por historias de hijos traidores y ansias por la acumulación material sin esfuerzo, algo que nos rodea cotidianamente, ninguna ciencia ficción. Pero, y aquí es donde vuelve el autor latinoamericano, dentro de esas historias nos describe el mundo cómo sucede en este continente, la división del trabajo en una casa, rica o pobre, el uso permitido del tú y el usted, todo esto mezclado con productos peruanos como un sorbete de lúcuma o las canciones de Cecilia Barraza, a la que tuve que buscar en Youtube para poder comprender mejor al personaje de Felícito Yanaqué.

Pero a diferencia de muchos thrillers que he leído a raíz del éxito del famoso sueco Larsen, al que Vargas Llosa recomendó altamente el verano en que se hizo famoso, entre el sobresalto y el suspenso que provoca toda esta novela, están diálogos que podrían darnos la respuesta a la duda que Valencia se hace acerca de la resolución en la obra del peruano. Una de ellas, por ejemplo, podría estar en la lúcida combinación de diálogos entre Josefita y don Rigoberto y el de Fonchito con Edilberto Torres. La buena literatura está hecha de un profundo conocimiento de la sociedad sobre la que uno escribe, sobre la cualidad humana y con base en la curiosidad y observación que permitirá fluir la historia.

En estos diálogos creados por un maestro de la prosa encontré a un autor que nos habla de cosas nuevas que están pasando en su vida, ya longeva y llena de múltiples experiencias y conocimientos. Cosas profundas que solo los años o ciertas vivencias poco terrenales pueden hacer surgir.  La lectura de El héroe discreto me ha dejado un sabor reconfortante, como el de confirmar que la pluma de uno de mis autores preferidos sigue en pie y con mucho más qué decir a través de personajes recurrentes que le serán queridos por razones muy íntimas.

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