Siete años después

Marlon Puertas
Guayaquil, Ecuador

Como si de gran cosa se hablara, los verdes han festejado esta semana los siete años ininterrumpidos de su revolución. Ellos ven records por todos lados y no les faltan argumentos. Ni Velasco Ibarra tuvo tanto tiempo seguido a su disposición. Ni Febres Cordero tuvo tantos opositores políticos desperdigados por países de varios continentes, huyendo de la furia del Gobierno. Ni Abdalá Bucaram nos hizo reír tanto y, al mismo tiempo, sus actos vergonzosos se quedaron cortos con los que se las ingenian nuestros mandamases de ahora. En fin, son varios récords, no vale la pena negarles su mérito.

Seamos objetivos. También tienen el récord de haber gastado la mayor cantidad de plata en toda la historia. Para eso, vale decirlo, han tenido una inmensa capacidad recaudadora y una fortuna inédita en los mercados internaciones del petróleo. Como sea, han sido los gobernantes más millonarios de lo que nuestra frágil memoria registra. Y han hecho con esa plata lo que han querido. Gastos por todos lados, obras en cada esquina. Aeropuertos sin aviones, hospitales sin médicos suficientes, bellos palacios de Justicia pero sin Justicia, colegios del milenio con estudiantes amenazados por las drogas, futuras refinerías sin mucho petróleo para refinar, en fin. La lista es larga.

No podemos dejar de lado la obra estrella: las carreteras. Siete años llevan restregándonos en la cara que ya tenemos carreteras. Sí, ya las vimos. Ya las recorrimos. Ya nos chocamos en ellas.

Aún así la gente está contenta. Y la explicación es muy sencilla, como dijo la joven y bella candidata a la Alcaldía de Guayaquil, Viviana Bonilla: a la nada de antes, el pueblo se contenta con lo poco de ahora. Así como ella dice que pasa en Guayaquil, ocurre en todo el Ecuador. Al saqueo de antes, porque se llevaban el país en peso, las obras que hoy se entregan parecen un regalo inmerecido. Todavía hay quienes no lo pueden creer, porque estaban acostumbrados a ser tratados como animalitos, a ser humillados en los servicios públicos, a recibir las migajas de un presupuesto que no estaba enfocado en las mayorías.

Pero eso no lo es todo. Siete años después, el precio que se está pagando resulta demasiado caro. Sacrificar las libertades a cambio de tener un patrón que da de comer, es un negocio que no nos conviene.

Individualmente, habrá quienes juren estar mejor que antes, pero colectivamente hay retrocesos evidentes por los que tendremos que pagar una factura muy alta. Aunque no parezca y a nadie le importe, con justicia también se levanta un país. Aunque no parezca y a nadie le importe, con libertad se construye una nación. Aunque no parezca y a nadie le importe, democracia no es solo ganar ocho elecciones consecutivas, sino respetar, por más frágiles que sean, a las minorías.

Si a la mayoría no le interesan estos detalles, se entiende perfectamente. Entonces tendremos muchos años más de revolución y menos posibilidades de crecer como ciudadanos. Bailen y brinden por eso.

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