
La hinchada argentina no languidece, no para, no desfallece. En la playa de Copacabana, a la salida de los estadios o en el metro de Sao Paulo cantan a voz en cuello la irritante canción de moda, concebida para fastidiar a los brasileños en su propio terreno: “Brasiiiiil deciiiíme qué se sienteeeee, al teneeeeer en casa a tu papá”.
Un periodista de São Paulo explicaba hace unos días que nada podría ser peor para el orgullo del país, ahora herido, que el hecho de que sus vecinos del sur ganaran el Mundial en el estadio de Maracaná el domingo. Si eso pasa, la misma presidenta brasileña, Dilma Rousseff, entregará la copa mágica a Messi. “Hablarán de eso toda la vida, imagínese”, añadía el periodista.