Escocia, ejemplo al mundo

Hernán Pérez Loose
Guayaquil, Ecuador

Durante estos últimos días Escocia ocupó buena parte de la atención mundial con motivo del plebiscito convocado para continuar o no con el Tratado de la Unión con Inglaterra. Celebrado en 1707, dicho tratado puso fin a dos siglos de tensiones entre ambos reinos. A partir de 1502, año en que Jaime IV de Escocia desposa a Margaret Tudor, hija de Enrique VIII, ambos reinos habían ensayado coexistir como unidades independientes, pero bajo la dirección personal de un solo monarca. El proyecto terminó violentamente en 1688 cuando la llamada Revolución Gloriosa –que entre otras cosas marcó un hito en el constitucionalismo occidental– echó del trono a Jaime VII bajo sospechas de favorecer una invasión de Francia y de querer convertirse en un monarca absoluto dada su fe católica. El Parlamento inglés llamó a su hijo político y sobrino, Guillermo III de Orange, protestante, para que sucediera al rey destituido.

A pesar de todo ello, diez años más tarde, el Reino de Escocia se vio en la necesidad de unirse a Inglaterra. Lo hizo fundamentalmente por razones económicas. La aristocracia escocesa y prácticamente todo escocés que tenía algo de fondos habían invertido sus ahorros en el proyecto de crear una colonia comercial en el Golfo de Darién, actual Panamá. La aventura fracasó estruendosamente; arruinó a toda la nobleza y miles de escoceses. Esta calamidad, más el temor de una invasión, llevó a los nobles escoceses a firmar el tratado que selló la unión con Inglaterra; tratado que estuvo a punto de terminar la semana pasada.

A pesar de que la contribución de los escoceses a la cultura occidental ha sido enorme, ella no ha sido justamente reconocida. Por ejemplo, el escocés David Hume sentó las bases filosóficas del pensamiento empírico, que tuvo un efecto revolucionario en las ciencias, la política y la educación, entre otros. En claro desafío al racionalismo francés, Hume anclaría su ambicioso andamiaje intelectual en el papel que juega la experiencia. Un enfoque que el propio Kant reconoció que lo despertó de sus “sueños dogmáticos”. No menos ilustre fue el escocés Adam Smith. Su enorme obra –generalmente reducida a clichés por quienes no la han leído– marcó un giro copernicano en el pensamiento económico. A ellos se suman sir Walter Scott, el creador de la novela histórica; James Watt, el inventor de la máquina a vapor; y Alexander Fleming, padre de la penicilina.

Fue gracias a un escocés, Lord Mansfield, quien por 33 años fue el Chief Justice de la Corte del Rey, que Inglaterra modernizó sus instituciones jurídicas durante el siglo XVIII, facilitándole así su camino a la supremacía económica y política. Cómo serán de notables sus sentencias que la Corte Suprema de los Estados Unidos lleva citándolo 330 veces en sus decisiones.

Pero quizás el aporte más importante de los escoceses es el que acaban de darnos con la forma civilizada y democrática con la que debatieron y votaron en un plebiscito tan cargado de sentimientos, historia y pasiones. Un verdadero ejemplo para otras sociedades.

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* El texto de Hernán Pérez ha sido publicado originalmente en el diario El Universo.

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