La libertad de prensa agoniza en Venezuela

Diario ABC Color
Asunción, Paraguay

La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) denunció en los últimos días que la prensa independiente ya ha sido casi totalmente cercada por el régimen autoritario chavista en Venezuela. Ahora se informa que la reserva de papel del diario Tal Cual solo alcanza para quince días debido a que se le niegan divisas para importarlo. Los paraguayos conocemos bien esta inicua práctica porque en su momento también la aplicaba la dictadura de Stroessner. En el país caribeño varios diarios ya se han cerrado, han sido vendidos a personas afines al poder o se han visto forzados a reducir el número de páginas. Si a ello se suma que el chavismo controla todos los canales de televisión y la mayoría de las radios, resulta que, efectivamente, el régimen está a punto de monopolizar los medios de prensa. Para acallar las voces disidentes, el castro-bolivarianismo chavista apela a medidas burocráticas y a presiones apenas veladas, sin perjuicio de ejercer la censura cuando las noticias le desagradan.

El régimen ha venido contando con el silencio cómplice de los Gobiernos democráticos de la región. Más aún, esos Gobiernos –incluyendo el nuestro– han llegado a comprometer su voto para que Venezuela ocupe un lugar en el Consejo de Seguridad de la ONU, pese a que este mismo año los sicarios de Nicolás Maduro ultimaron a decenas de manifestantes pacíficos, y sus carceleros mantienen entre rejas al prestigioso dirigente opositor Leopoldo López, cuya liberación acaba de exigir la ONU.

Si en Cuba la libertad de prensa fue sofocada de un plumazo, en Venezuela lo está siendo paulatinamente, sin que la comunidad internacional haya manifestado inquietud alguna. Solo la SIP ha venido dando cuenta de las actuaciones represivas, por lo que el presidente de su Comisión de Libertad de Expresión, Claudio Paolillo, tiene autoridad para sostener que “es una vergüenza que los Gobiernos democráticos de la región y la OEA no denuncien este gravísimo atentado del régimen autoritario chavista contra uno de los derechos humanos básicos”.

Se trata de una vergüenza atribuible, en parte, a la solidaridad ideológica de quienes tendrían muchas ganas de hacer en sus países lo mismo que Maduro, pero hasta ahora no se han atrevido a tanto porque las respectivas sociedades civiles aún están fuertes. Por ejemplo, las persecuciones desatadas por Rafael Correa contra la prensa crítica ecuatoriana y por Cristina Kirchner contra el grupo argentino Clarín son signos claros de que a los bolivarianos les irrita que se les saquen los trapos al sol, aunque tratan de insertar su intolerancia en un marco tercermundista: hay que “descolonizar” los medios de comunicación privados e independientes “que son para la dominación”, dijo Evo Morales hace dos años en la Universidad de La Plata. ¿Por qué no crean los propios y dejan a los independientes tranquilos?

Si puede entenderse que ciertos Gobiernos se muestren indiferentes o hasta envidiosos ante lo que pasa en Venezuela, menos comprensible resulta que otros –no contagiados por el chavismo– se callen ante los sistemáticos atentados contra la libertad de prensa en ese país. Guardan el mismo silencio que ante el castrismo, por lo que se podría sospechar que son unos demócratas vergonzantes. Es como si sufrieran un complejo de inferioridad por respetar los derechos constitucionales, el pluripartidismo, la independencia judicial y la propiedad privada, o como si temieran ser tildados de lacayos del “imperialismo yanqui” en caso de atreverse a condenar una dictadura de izquierda.

Lo cierto es que mientras los Gobiernos democráticos latinoamericanos hacen la vista gorda o hasta lo promocionan en la ONU, el régimen chavista está creando las condiciones para que dentro de poco sus fechorías no sean reveladas ni sus desatinos criticados. Cuando esto ocurra, tendrá las manos libres para ejecutar sus anacrónicos planes totalitarios marxistas, si es que antes no lo tumba la catástrofe económica que agobia a su país. Si nadie puede enterarse de lo que ocurre ni contrastar opiniones, los que mandan pueden hacer lo que se les antoje y vulnerar los derechos de cualquiera. En Venezuela, la prensa libre viene siendo acosada con saña para que allí se lea, se escuche y se vea solamente lo que el chavismo quiere.

Por de pronto, duele decir que, mientras se va cerrando el cerco, cada vez más periodistas se ven obligados a practicar la autocensura. Toda dictadura aspira a que las víctimas lleguen a reprimirse a sí mismas, de modo que el uso de la fuerza resulte innecesario. Maduro lo está logrando, según una reciente encuesta del Instituto de Prensa y Sociedad de Venezuela.

La opinión pública solo existe cuando los ciudadanos pueden sentar posiciones con base en informaciones y puntos de vista libremente divulgados. Lo que el chavismo busca es reemplazarla por el coro de sus adictos alimentados con la propaganda oficial, el odio y la adulación. ¿Nos suena esto conocido a los paraguayos?

Según el agonizante diario Tal Cual, Maduro seguirá tratando de domesticar o clausurar a todos los medios de comunicación independientes. El chavismo –asesorado por agentes del servicio de inteligencia cubano– está embarcado en una campaña tendiente a eliminar los canales de expresión del descontento social. Para que no se sepan su notoria ineptitud, su rampante corrupción y su ceguera ideológica que le impiden erradicar las causas del extendido malestar, busca silenciar diarios, radios y canales de televisión, aparte de atemorizar a los periodistas.

Y todo ello sin que se inmute ningún Gobierno democrático de la región ni mucho menos la OEA, pese a que el art. 13 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José, 1969) dice que toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión, y que el mismo no puede estar sujeto a censura previa ni ser restringido por vías indirectas, tales como el abuso de controles oficiales o particulares de papel para periódicos, de frecuencias radioeléctricas o de aparatos usados en la difusión de información.

En Venezuela esta cláusula es letra muerta, ante la indiferencia de una América que se dice democrática.

* Editorial del diario ABC Color, de Paraguay, publicado el 18 de octubre de 2014.

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