«Tríptico de la infamia» analiza el trauma fundacional de la modernidad

Pablo Montoya. Foto de la Universidad de Caldas.

Bogotá, 30 oct (EFE).- El trauma fundacional de la modernidad visto por tres pintores protagoniza «Tríptico de la infamia», la más reciente novela del colombiano Pablo Montoya, que se instala en el siglo XVI para observar el choque de dos mundos y las matanzas religiosas.

Para hacerlo se sirve de tres personajes reales, Jacques Le Moyne, Theodore de Bry y François Dubois, que vivieron algunas de las peores circunstancias de la Edad Moderna y las retrataron para la posteridad con un éxito dispar.

Pese a esa presencia central de tres europeos y «a esa mirada externa (la novela) trata asuntos americanos o americanistas como el encuentro de las dos culturas o el exterminio indígena», manifestó Montoya en una entrevista con Efe.

«Me interesaba mostrar ese encuentro a partir de la pintura, de la sensibilidad de los pintores», comentó el autor nacido en Barrancabermeja (centro de Colombia) en 1963 y que con esta novela editada por Penguin tiene ya 21 trabajos publicados en diferentes ámbitos.

Dos de esos artistas llegaron a América y se convirtieron en conquistadores-pintores, mientras que el tercero retrató en Europa la matanza de protestantes de San Bartolomé (1572), muestra de un odio religioso que se expandió a América y que sirve como nexo para las tres historias.

Para contar sus epopeyas personales, Montoya realizó una gran labor de investigación que le llevó a diferentes universidades europeas para documentarse, no solo sobre la historia y vida de los artistas, sino para entender mejor el espacio creativo de un pintor del siglo XVI.

Ese conocimiento lo complementa con aportaciones personales que le evitan caer en «una recreación fidedigna y arqueológica» de sus historias, especialmente en el caso de François Dubois, en cuya piel Montoya se introdujo y le traspasó «cosas personales».

«Fue una fusión y logré darle un espesor sentimental y afectivo a ese pintor», añadió.

En ese caso también introdujo pequeños anacronismos que sirven para construir el relato y describir una evolución pictórica que introduce «la historia del arte en Occidente desde el Renacimiento hasta hoy».

Sin embargo, mantiene límites en esos anacronismos. «No voy a poner a Dubois a fumar Marlboro o tomar una taza de café», dice y explica que se limita a introducir pequeños elementos «más sutiles» que permiten al lector «ver algo actual».

Montoya ejemplifica esos pequeños aderezos en situar a Dubois pintando «la totalidad de la ciudad de París», algo que, según comentó, «ningún pintor haría en el siglo XVI».

Pero «Tríptico de la infamia» también supone una ruptura con el estereotipo convencional para mostrar a unos europeos que se acercan como «conquistadores diferentes» a América y se interesan por las poblaciones prehispánicas.

Por ello, Montoya sitúa a europeos fascinados por el tatuaje indígena, su «imaginación pictórica», porque, en su opinión, «el impacto (del Descubrimiento) fue muy fuerte para ambos mundos».

El autor disfruta imaginando esa escena de fascinación con el tatuaje que entiende que pudo ser perfectamente posible porque incluso Hernán Cortés, «que fue el culpable del exterminio de los aztecas, tuvo un proceso completamente inaudito, o lógico, frente a los indígenas y terminó enterrado con una máscara de jade azteca».

El propio Bartolomé de las Casas, autor de «Brevísima historia de la destrucción de las Indias» y muy presente en la novela porque el tercero de los escritores es el autor de los dibujos de esa obra, «vio a un ser distinto y diferente» en los nativos americanos.

«Hubo un encuentro brutal pero rodeado de fascinación y de asombro o perplejidad. Hubo un gran crimen, pero al mismo tiempo el nacimiento de una nueva civilización. Es algo muy contradictorio como los seres humanos», concluyó Montoya. EFE

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