¡Qué susto!

Bettty Escobar

Betty Escobar
Nueva York, Estados Unidos

Tuve una pesadilla horrorosa, pero claro, ¿qué pesadilla es buena? Todo empezaba con la construcción de un edificio en Ecuador y cuyo costo pagaban los ciudadanos, nada más y nada menos que 43,5 MILLONES DE DOLARES. En el sueño esa cifra aparecía en mayúsculas, con luces rojas intermitentes, todo subrayado y muchos signos de exclamación al final de los números.

Para el día de la inauguración de dicho edificio se reunía un grupo de mandatarios, la mayoría de ellos eran de esos que “quieren revolucionar al mundo” a punta de manejar la justicia en sus países, reprimir a sus ciudadanos, pisotear sus derechos, y pretender decirles cómo pensar, qué comer, qué leer y qué ver. En fin, ustedes saben muy bien a lo que me refiero. La verdad es que cada uno daba más miedo que el otro, porque o dialogaban con terroristas, o tenían dudosa reputación, o muchas denuncias de corrupción en su gobierno, o simpatizaban con el populismo, la tiranía y el fascismo. Muy pocos salían más o menos parados. Y no exagero, uno o dos se salvaban.

En el sueño no lograba entender la necesidad de gastar tanto dinero en ese edificio, al que además le habían dado el nombre de un extranjero y ¡ni les cuento de una estatua que se les ocurrió ahí poner! La verdad estaba algo borroso y no pude definir muy bien de quién se trataba, pero otra “joyita” debió ser. En fin, yo estaba bien cargada en los brazos de Morfeo y la película continuaba a todo color.

Las imágenes iban y venían, de repente escuché una voz a lo lejos que decía: “Este es el tiempo, el compromiso con la historia que debemos cumplir, no tenemos derecho a fallar”. ¿Compromiso con la historia?, ¿fallar?, pero ¿qué dice? En ese momento vinieron a mí fugazmente las palabras de Leopoldo López, aquello de estar “del lado correcto de la historia”, y esos del edificio nuevo no creo que lo estén. Luego, sobre lo de “fallar”… fallaron hace tiempo a sus países por “apoyarse” entre ellos en muchos temas que han dejado ver una clara parcialidad, por no decir deshonestidad. Seguramente ahora en el flamante edificio continuarán haciéndolo… eso, lo de “apoyarse”.

La verdad, ya me estaba angustiando, quería salir de ese sueño sin sentido. Ya no quería ver más a esos personajes, ni ese edificio que me pareció tan feo, parecía todo una burla a la libertad y la democracia. Y qué caro salía el chiste. Al final, antes de que todo terminara, como en las películas, entre una densa neblina pude definir bien una de esas caras, se desfiguraba a ratos como en forma fantasmal y luciferina. ¿Quién era? ¡Oh no! Estaba ahí junto a todos los demás, ese…, el que gobierna un país donde asesinan a jóvenes por protestar, el que encarcela a sus opositores, el que hace fraude, el que tiene hundido a su país en miseria y en una interminable violencia. Sí, ese que era chofer. Y ahí, justo ahí, cuando empezaba a ver todo clarito, me desperté. ¡Qué susto! Tomé un vaso de agua y pensé: “¡Uf, menos mal solo fue una pesadilla!”, ojalá nunca, nunca se haga realidad.

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