Lo que importa del 19 de marzo

Víctor Cabezas

Víctor Cabezas
Quito, Ecuador

Max Weber, un destacado filósofo, politólogo y economista alemán afirmaba que cualquier acción política orientada éticamente puede adecuarse a dos fuerzas fundamentales, la ética de la convicción y la de la responsabilidad. La distinción de Weber es determinante, el hombre de convicciones dice lo que piensa sin más reflexión, sin cuidado de sus consecuencias; su discurso es autónomo y solo se subyuga ante la defensa de la verdad que pregona.

Para el hombre de convicciones el futuro, lo indeterminado e incierto no puede debilitar la fortaleza de lo auténtico que es su defensa ideológica inmediata. La convicción no acepta condicionales o formas sociales, no se acomoda a lo “políticamente correcto”, no se contrasta, es pura y simple, “el hombre cristiano obra bien y deja sus resultados a la máxima de Dios”.

Ahora, el hombre responsable vive bajo la constante presión de generar una postura ideológica en base a consecuencias y efectos concretos, moldea su discurso a partir de lo que sucede, no es estático, planifica y genera una estrategia. El hombre responsable necesita un universo exterior para adecuar su pensamiento, construye su defensa ideológica a partir de los cálculos exteriores.

Pensemos en un político totalmente convencido de su proyecto, por más que existan razones determinantes para desvirtuar su ideología, si es inflexible en su ética de convicción, poco será lo que el medio pueda hacer para cambiarlo. Sin embargo, si el mismo político tiene una ética basada en responsabilidades, lo externo podrá forjar y determinar su postura ideológica. La responsabilidad como gravamen impuesto por factores externos dibujará su discurso, carente de autenticidad pero rico en control, planificación y certeza del futuro.

La gran diferencia entre el hombre/mujer de convicciones y el de responsabilidades radica en su manera de enfrentar el fracaso. A quien actúa bajo la ética de responsabilidad no le asiste derecho alguno para designar la culpa de su fracaso a terceros, él fue quien tomó la responsabilidad de determinar lo previsible, él sacrificó su autenticidad por el control ostensible de las consecuencias en un futuro.

En un contexto de polarización política como el que vivimos, cabría preguntarnos de donde vienen las acciones éticas en convicción y responsabilidad, quiénes actúan en autenticidad y quiénes planifican su destino. Hay que estar claros y saber a qué esfera ética nos adherimos y, en ese contexto, tomar posturas radicales.

Nuestro país vive un momento de división política, con un proyecto muy claro en el oficialismo y una oposición difusa pero con pretensiones igual de claras. Contrario a lo que se creería, en una situación de defensa ideológica los matices no sirven para generar una decisión ética. No sirve la zona cómoda de admitir los avances en política pública del Gobierno, pero cuestionar el manejo de la propaganda, no sirve criticar al pasado pero aceptar lo que esos mismos actores proponen en el presente, no sirve defender la democracia sin planteamientos concretos, no sirve la laxitud.

Ya decía Weber que uno de los fenómenos más funestos para la verdadera democracia es aquel estado en el que el pueblo dividido comienza a seguir discursos sociales atractivos, defiende las estructuras del sistema y empieza a movilizarse sin conciencia de su postura ideológica.

Al debate político ecuatoriano le hace falta ética de convicción, desinteresada y pura, requerimos con urgencia de actores políticos ciudadanos, regenerados y conectados con una forma de hacer política desde la ideología pura y la convicción, no desde el interés partidista y las pretensiones de acaparamiento de espacios de poder. Quizás valorar las concepciones de Weber sobre la legitimidad y el proceso de construcción ética de actores políticos sea relevante, especialmente en estas épocas de marchas y oposiciones. (O)

* Víctor Cabezas es periodista quiteño.

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