Las venas, siempre las venas

Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España

Si fue el autor de “Las venas abiertas de América Latina”, no es de extrañar que su muerte haya producido una suerte de hemorragia de emociones relacionadas con los sentimientos nacionalistas de un sector de la población. El escritor Eduardo Galeano, después de ser velado en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo de Montevideo y después de haber recibido el homenaje de sus admiradores que desfilaron en silencio y contritos ante su féretro cerrado, recibió sepultura con honores reservados a muy pocos.

Tanto predicamento tenía Galeano en esta parte del continente, que la noticia de su fallecimiento opacó la noticia del fallecimiento del Premio Nobel de Literatura alemán Günther Grass, ocurrido el mismo día separados con algunas pocas horas y muchos kilómetros de distancia. El autor de “El tambor de hojalata”, su novela más conocida, considerado unánimemente como el pensamiento moral de Alemania, fue llevado a su tumba sin que casi nadie lo recordara (ni lo conociera) en esta parte del continente. No deja de ser un hecho penoso.

La muerte de Galeano, las reacciones que produjo, las opiniones que se vertieron, nos han enfrentado con varias de las contradicciones dentro de las cuales vivimos y que no asumimos como tales ni mucho menos cuestionamos, aunque más no sea para saber hacia qué dirección deberíamos dirigir nuestros pasos sobre todo en este momento en que tanto la izquierda como la derecha latinoamericanas han colapsado definitivamente promoviendo la aparición de caudillos (y “caudillas”) mesiánicos.

Vi en la televisión, en un espacio destinado a rendirle un homenaje a Galeano, un breve texto poético, porque no pasa de ser pura poesía que decía: “Nosotros teníamos la tierra y ellos tenían la Biblia. Nos pidieron que cerráramos los ojos y al abrirlos nos encontramos que nosotros teníamos la Biblia y ellos la tierra”. No se puede negar que suena muy solemne. Pero tendríamos que ponerle nombre a “ellos” y a “nosotros” para saber quién se quedó con qué”.

Seguimos con el complejo victimista atribuyéndoles todos nuestros males a los años de la conquista y de la colonia, cuando en realidad somos nosotros y los que derramaron sus lágrimas adelante de las cámaras recordando al escritor, quienes nos quedamos con las tierras y con la Biblia. ¿Quién se está quedando con Cerro León? ¿Quiénes están depredando el monte San Rafael? ¿Quiénes enviaron años atrás gente enferma de sarampión a visitar a los axé que luego, a raíz de ello, murieron como moscas? Se puede trazar una larguísima lista de atropellos, de iniquidades, de agresiones a aquellos pueblos que “tenían la tierra” y a los que, según Galeano, los conquistadores se la quitaron. O, mejor, se la cambiaron por la Biblia. Hagamos poesía, sí, pero no falsifiquemos la realidad para tranquilizar nuestras conciencias, si es que algo de ella nos queda, echándoles a los otros nuestras culpas.

Escuché decir también que Galeano “nos enseñó” que se puede elaborar un pensamiento propio de Latinoamérica sin tener que copiar el pensamiento de otros países. El pensamiento es uno solo, no tiene nacionalidades, ni regionalismos, ni latitudes ni meridianos. El pensamiento de la Ilustración es tan válido para Francia como para nosotros, para darle un andamiaje a la Revolución Francesa como al establecimiento de nuestras repúblicas, las democráticas, claro está. Las bárbaras dictaduras no son Ilustradas pues siempre han sido y seguirán siendo irracionales.

Las venas del señor Galeano están escritas en el idioma de la metrópolis, no en el de la colonia, con su sintaxis, su ortografía y su gramática. Por lo tanto su discurrir debe sujetarse a tales reglas, lo que es igual a decir que su pensamiento debe discurrir por ese camino, que es el de la metrópolis, no el de la colonia. Seamos serios de una vez por todas y entendamos cuál es nuestra realidad sin caer en la fácil demagogia de la poesía.

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* El texto de Jesús Ruiz Nestosa ha sido publicado originalmente en el diario ABC Color, de Paraguay.

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