Democracia y secreto

Mauricio Maldonado Muñoz
París, Francia

Recientemente en los medios se ha informado que el «Consejo Nacional Electoral (CNE) no hará públicos los expedientes de los 128 postulantes al Consejo de Participación Ciudadana (CPC)». El presidente del CNE habría dicho, según estas mismas informaciones, que no se pueden «publicar los expedientes para evitar circos, shows y persecuciones, y tenemos actores que buscan hacer eso». Así, informan también los medios: «el ciudadano interesado en presentar impugnaciones a esos candidatos, que es una de las fases dentro del proceso, debe hacer una solicitud por escrito describiendo el uso que dará a la información y sólo bajo firma de responsabilidad el ente electoral se la entregará».

En un ensayo muy conocido: “Democrazia e segreto”, Norberto Bobbio recuerda que las relaciones entre secreto y poder han sido propias del desarrollo de la política desde sus albores, recordando que «el poder en su forma más auténtica siempre ha sido concebido a imagen y semejanza de Dios, que es omnipotente precisamente por poder verlo todo sin ser visto». Este secreto que modernamente alude a la llamada “razón de estado” tiene una cara externa y una interna. En aquella interna «la razón es sobre todo la falta de confianza en la capacidad del pueblo para entender cuál es el interés colectivo, el bonum commune, la creencia de que el vulgo persigue sus propios intereses particulares y no tiene ojos para ver las razones del estado, la “razón de estado”». «El no dejar saber —dice siempre Bobbio— está en relación con el hecho de que el otro entiende demasiado poco, y podría malinterpretar las auténticas razones de una deliberación y oponerse sin criterio alguno». En suma, la clásica frase: «Los secretos de estado no está bien confiarlos al ignorante vulgo».

Recordando a algún trabajo schmittiano, Bobbio rememora el papel de la representación en la política, y particularmente en la democracia, en donde se da la relación entre representación política y teatral: «La representación política puede tener lugar sólo en la esfera de la publicidad. No hay representación si se da en secreto y a solas». «Las sesiones secretas, los acuerdos y dictámenes secretos de cualquier comisión pueden ser muy significativos e importantes, pero no tienen un carácter representativo».

Esta característica, formulada a manera de principio o bien de regla, se puede apreciar en la noción misma de representación de las modernas democracias, que por algo se llaman, justamente, democracias representativas. La representación, en ese sentido, o es pública, o corre el riesgo de ser autocrática porque no admite control o, por lo menos, lo dificulta a tal nivel de no dejar tarea fácil para quienes pretenden inmiscuirse en los “secretos” del Estado. Por el contrario, «precisamente porque [la] democracia es el régimen que garantiza el máximo control de los poderes públicos por parte de los individuos, este control sólo es posible si los poderes públicos actúan con la máxima transparencia».

Evitar de hecho (y de derecho) que los ciudadanos tengan libre acceso a los expedientes de los concursantes de un Consejo de Participación que en Ecuador tiene no pocos poderes de nominación, no puede sino traer sospechas y recuerda, aunque de modo imperfecto, a las viejas razones de estado; y, no menos, a los antiguos argumentos, quizás camuflados o mejor construidos, sobre la imposibilidad de que ciertos ciudadanos (o todos) puedan tomarse en serio ciertos asuntos propios del Estado. No se entienden de otra manera las palabras del presidente del CNE: «[no se pueden] publicar los expedientes para evitar circos, shows y persecuciones, y tenemos actores que buscan hacer eso». Una vez más, como en las viejas autocracias, el ciudadano entiende demasiado poco: no entiende, sobre todo, de los asuntos de Estado. Los circos y los shows son propios del vulgo al que queda reducido. Vuelven a la luz las viejas razones de los antiguos despotismos para acoplarse a los nuevos tiempos.

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