Mujica: uno es ninguno

Martina Vera

Martina Vera
Madrid, España

Si se trata de uno mismo entonces no se trata de nadie. Uno es ninguno. Esa, es una reflexión que los políticos de actualidad olvidan cuando se hacen de poder. José Mujica, expresidente uruguayo es una grata excepción a dicha conducta.

Al contrario de lo que presenciamos a diario, a “el Pepe”, no le sedujo el dinero, el poder, ni la gloria en su carrera política. Esta semana, se conmemora su histórico legado con la presentación del libro “Una oveja negra al poder”, en Buenos Aires. Aprovecho la ocasión para hacer eco de su visión, humilde conducta y acertada gestión. Así, recuerdo a los políticos de nuestra región que ni su ego ni sus intereses de permanecer en el poder están por encima de las necesidades del pueblo.

Los tiempos cambian aunque algunos se resistan

Tras 15 años en la cárcel, Mujica dedicó décadas de libertad a nutrir y mejorar su visión de cambio, renunciando a recetas caducas de su época de guerrillero y preservando valores de esa misma etapa. El Mujica de hoy tiene claro que para generar riquezas es fundamental atraer inversión extranjera a su país, gobernando con transparencia, proporcionando estabilidad jurídica y cumpliendo con los compromisos que asume con seriedad. Ese lema, no lo viven al pie de la letra otros líderes que comparten sus raíces.

En Chile y Brasil, los gobiernos de Bachelet y Rousseff afrontan sendos escándalos de corrupción que abofetean al trabajador honesto y hastiado. En Ecuador, Argentina y Venezuela, la falta de estabilidad jurídica y el incumplimiento de compromisos financieros y políticos, debilitan la democracia. Se irrespetan los DDHH, ahuyenta la inversión extranjera y repele a los aliados internacionales. En todos estos casos, los políticos erigidos en gobernantes ya sintonizan poco con la voluntad del pueblo y minan la credibilidad internacional hacia su país. Olvidan que son mandatarios, es decir responden y se deben a los mandantes.

Somos parte de un colectivo

Está claro que un gobierno es sólo parte de un colectivo y debe comportarse como tal. Eso implica respetar derechos de libre expresión ciudadana, tema álgido en algunos países latinoamericanos. Cítese como ejemplo extremo a Venezuela, donde de acuerdo a Mujica, con cada preso político nuevo, el gobierno cae en un error garrafal: demuestra que no es “la voz del pueblo”, sino que se posiciona sobre esa voz. El resultado le resta apoyo interno e internacional a Venezuela.

El soporte del colectivo externo también importa. Mujica dice que le consta que tanto Uruguay como sus países vecinos, deben de apoyarse en aliados internacionales comerciales y políticos que contribuyan al progreso económico y social del país. Véase como ejemplo el colectivo de Mercosur.

A pesar de que Mercosur abre las puertas de Uruguay a un mercado de 200 millones de personas, cuando antes operaba en uno de 3 millones, esa alianza debe estar a la vanguardia de su tiempo y trascender nuevas fronteras. Le beneficiaría la negociación de un tratado comercial con la UE y EEUU para expandir el alcance del mercado. Otros países ya asimilan la necesidad de negociar en bloque para competir con gigantes como EEUU y China y acceder a un mayor número de consumidores. ¿El ejemplo? Los de la UE, a pesar de todas sus falencias.

Mujica opina que ya es hora de que Latinoamérica imite la cohesión europea a tiempo y con elocuencia. De otra forma, no quedará más alternativa que “bajarnos los pantalones” ante China que, por cierto, ya domina una región que se manifiesta “en contra del dominio extranjero”. ¿Por qué, entonces, quedamos nuevamente a la merced de una nueva superpotencia? Quizá la reticencia de algunos gobernantes a diversificar acuerdos y alternativas proporcione una respuesta.

Generar riquezas y distribuir con equidad

Mujica tiene claro que para generar riquezas, un país debe atraer capital y sembrar confianza en su gobierno. Tema aparte y sumamente importante, es cómo se distribuyen esas riquezas. En dicha lógica yace la llave secreta al estado de bienestar genuino al que todo gobierno de izquierda quiere llegar pero pocos logran alcanzar, cuando el ego y sed de poder se interponen en el camino. Son precisamente egos y sed de poder los que hoy sumen a la izquierda latinoamericana en un periodo de crisis y escándalo agravando las debilidades de un modelo sesentero cuyo fracaso fue evidente en donde no lo supieron “modernizar”.

Quizá si algunos gobernantes se preocuparan menos por la reelección de mañana o la gloria de hoy y centraran sus fuerzas en la distribución equitativa moderna (no la distribución de hambruna bolchevique), el fomento del crecimiento, la apertura a mercados internacionales, la conciliación internacional, la educación y la autosuficiencia, toda la izquierda democrática latinoamericana no se haría de mala reputación por el fracaso de sus líderes emblemáticos.

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