Martirio y redención

Antonio Villarruel
Quito, Ecuador

El numerito que se montó la Revolución Ciudadana el pasado veinticuatro de mayo es menos elocuente en el rebombo que se da que en lo que quiere esconder. Hay que ver la cantidad de lugares comunes que sufría el ciudadano a la hora de escuchar a una multitud de funcionarios sobre el supuesto tránsito del país desde la mediocridad y el complejo hasta el primer mundo, entendido éste como la suma de brea sobre los caminos, la pelea sin tregua contra los banqueros corruptos (que hacen con este gobierno utilidades que da miedo), la transformación espiritual de los empresarios (que pasaron de ser aves de rapiña a patriotas proveedores de trabajo), el reposicionamiento de la mujer en la esfera pública (me imagino que los sábados en la mañana no se toman en cuenta) y el cambio de la matriz productiva (aunque las cifras indiquen que cada vez cuenten menos nuestras exportaciones de productos elaborados y sean más importantes para la economía los dólares que proceden de la economía extractivista). Visto y oído de esas imágenes y esas bocas, el Ecuador es un país de visiones paralelas, dos escenarios irreconciliables: uno, el que quiere ver y publicitar el gobierno; otro, más viejo y desdorado, el que le toca habitar a la gente.

No importa demasiado. Y no porque este circo no cuente como uno de los más efectivos erosionadores de la palabra política que ha vivido esta triste república en su más triste democracia, sino porque vivimos habituados a estos actos de enaltecimiento como oír llover, o en el mejor de los casos como una consecuencia irremediable de las licencias que se toman los nuevos héroes nacionales, y más cuando dicen estar combatiendo con entereza y la verdad fuerzas diabólicas, encarnadas en ocasiones en periodistas, gobiernos de derecha, conspiradores universitarios, niños maleducados o intelectuales asalariados por escribir blogs en contra del gobierno. Poco ha cambiado la retórica desde fines de los setenta hasta acá, y no es de sorprenderse que poco hubiera cambiado la gestión y el carácter represivo e ineficiente del Estado.

La cereza del pastel viene un poco más tarde cuando, después de hacer mea culpa y “asumir los costos políticos” que conlleva admitir que existe una mancha negra en medio del todo transparente, la Revolución Ciudadana entra en lo que se podría ver como un martirio y su posterior redención cristiana, es decir en el suplicio y la tortura que implica reconocer que uno de sus miembros es corrupto, y luego encarcelarlo en medio de la fiesta, vestida de fiesta digámoslo mejor, en una operación que se mediatiza como una muy eficaz telenovela mexicana de poco gusto. La mujer es aprehendida para investigación, la limpia revolución sufre pero sale enjuagada de cualquier sospecha, el martirio se consuma y luego se redime y legitima el proceso de los corazones ardientes. Si no les da vergüenza que quede tan patente el montaje barato, debería sonrojarles al menos la falta de talante para efectuarlo.

En este párrafo me lo pienso dos veces para que no me manden al tarro, y lo pongo de esta manera: en los pasados meses y semanas, y con hábiles herramientas para maquillar la falta de flujo de efectivo, este mismo gobierno se ha endeudado de forma, como poco, arriesgada, y se ha valido de detalles jurídicos sagaces que dificultan el acceso a la información transparente. La deuda que el Ecuador contrajo con Tailandia, la cantidad que dinero prestado a corto plazo que se ha destinado para inflar a empresas públicas como Petroamazonas, así como los procesos de adquisición de préstamos que son absorbidos como pasivos colaterales y extrañamente no entran en la contabilidad de la deuda externa que se presenta al país, pero tampoco en los informes y en las escenas de purga de enemigos internos, es algo que debería discutirse, ventilarse, purgarse. Es algo que podría objetarse como un costo necesario para salir al paso en medio de una dependencia casi farmacéutica al petróleo, en el mejor de los casos, pero que en el peor vuelve arena al argumento de un mayor de flujo productivo para dinamizar la economía, dadas las condiciones de los acuerdos que se han llevado a cabo.

El inconveniente, para ellos, es que no se puede hacer telenovela de eso. El inconveniente es que llegará algún momento en que se deba admitir que con estas maniobras se hipoteca al futuro, no se lo asegura, como nos cuentan.

Hay un alivio en esto, y quizá una amenaza también. Éste no es un gobierno de tontos, y tal vez lo que más le convenga es permitir que alguien más bregue con la avalancha de deuda en los años que vienen para luego volver, martirizados y “obligados por el deber cívico”, al país de las escenas conmovedoras. Martirio y redención, nuevamente.

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