La ley de Herodes II: «Cuando los galos aceptaron el trigo…»

Carlos Arcos Cabrera
Quito, Ecuador

Cuando los galos aceptaron el trigo, también aceptaron el dominio romano. Esa es la teoría del historiador Braudel. ¡Pero si se trata tan sólo de una semilla!, podrá argumentarse. Lo cierto es que con el trigo llegó una técnica de cultivo, procesamiento y almacenaje del trigo que los galos desconocían, una forma de uso y propiedad de la tierra y, además, el pan. Muchos siglos después, cuando los ecuatorianos aceptamos el dólar, aceptamos algo más que una moneda.

El dólar americano hizo que se adoptara un conjunto de valores y conductas económicas. Ese no era el propósito de Mahuad al dolarizar la economía, sin embargo, al hacerlo provocó una revolución cultural insospechada que afectó al conjunto de la sociedad, más a la clase media y a los pobres. Los sectores más pudientes ya conocían las ventajas del dólar. Desaparecidas las devaluaciones, que beneficiaban a los exportadores, y la inflación, que se catapultaba cada vez que el gobierno ponía en funcionamiento la máquina de hacer billetes, la moneda se hizo confiable pues su valor se mantenía en el tiempo.

El dólar trajo consigo un especie de nuevo «hábitus», que, al decir de Pierre Bourdieu, es el conjunto de valores, creencias y conductas compartidas por un grupo social o por una sociedad. En el horizonte de la cultura económica apreció la posibilidad del cálculo racional para las decisiones económicas de individuos, familias y empresas, así como la posibilidad de planificar, ahorrar, endeudarse para un auto o una vivienda, etc. Este hábitus se generalizó en estos quince años. No es que todos lo consiguieran o pudieran hacerlo, pero se convirtió en un aspecto sustantivo de la conducta económica y social de los ecuatorianos.

La aceptación de dólar, se combinó con una conducta profundamente tradicional, que venía de mucho tiempo atrás. Andrés Chiliquinga, el personaje central de Huasipungo de Icaza, muere al grito de «¡Ñucanchig huasipungo!».  Nuestro huasipungo, nuestra tierra. Los campesinos arroceros de la Cuenca del Guayas, lucharon por dejar de ser arrendatarios y sembradores y convertirse en propietarios. Su acción era una respuesta al proceso de expropiación de las tierras indígenas por las haciendas y las plantaciones. Fue un acto de rebeldía, de reivindicación histórica y también de búsqueda de autonomía frente al poder terrateniente y del gran propietario. Los estudios agrarios de los setenta demostraron la enorme resistencia de los campesinos e indígenas a la proletarización. También fue una forma de ahorrar para los malos momentos. En las ciudades, sucedió algo parecido y tener una casa, o construir una por etapas, o adquirir un «terrenito» se convirtió en parte del ideario de las familias. Las invasiones de tierra en Guayaquil, reflejaron ese propósito. Los migrantes lo sabían y las remesas se convirtieron en casas y terrenos. La propiedad era la búsqueda de una elemental seguridad frente a un entorno económico de absoluta inseguridad con crisis cíclicas: (cacao, banano, petróleo, deuda, bancos, etc.).

Los autores de la ley de Herodes (herencia y plusvalía) formados en los manuales de materialismo histórico de la Academia de Ciencias de la URSS y en teorías recientes sobre el capital en el siglo XXI, están convencidos de que el Ecuador es una sociedad dividida entre proletarios y burgueses. Dogmatismo conceptual y empirismo craso. Como desconocen la historia social del país, confunden cifras con procesos históricos y afirman que tan sólo un porcentaje mínimo de propietarios será afectado. Las cifras no cuadran en el discurso de la RC. En 2010, el 64.5% de ecuatorianos eran propietarios de viviendas. A este porcentaje se debería sumar los que tienen tierras para cultivos y/o para vivienda, aunque no hubiesen construido nada. Ese porcentaje puede ser potencialmente afectado por la ley de Herodes, especialmente por la draconiana ley de Plusvalía. Todo dependerá del arbitrario punto de corte en los puntos de una escala impositiva que lo decidirá una burocracia con mentalidad colonial, que busca rentas para el Estado.

La ecuatoriana es una sociedad de propietarios, aunque la propiedad esté bárbaramente concentrada en pocas manos y la distribución del ingreso sea inaceptable. La ley de Herodes, por un lado, ataca un hábitus ampliamente compartido y con profundas raíces históricas en la lucha por la tierra, rural y urbana. Atenta contra las prácticas de defensa económica de esa pequeña burguesía urbana y rural, de campesinos e indígenas y las deja expuestas a la incertidumbre de la arbitraria acción estatal y del mercado. Por otro, rompe el complejo vínculo de esas antiguas luchas, con la obligación moral de «dejar algo a los hijos» parte sustantiva de ese hábitus, tradicional o conservador, como se lo quiera llamar, pero absolutamente, respetable.

Si la RC quiere distribuir la riqueza ¿por qué no se optó por una reforma agraria al estilo de Corea del Sur y de Japón? Es la propuesta de la CONAIE, no de ahora, sino desde mucho antes. Esa era la mejor opción para reducir la pobreza rural. ¿Por qué no se aplicó el impuesto a la renta a los grandes grupos monopólicos? ¿Por qué no se revisó el impuesto predial y la tasa de contribución de mejoras? ¿Por qué no mantuvo el apoyo estatal del 40% a las pensiones?

Los ideólogos de la RC piden que los ciudadanos acepten la ley de Herodes a cambio de la promesa de un futuro igualitario. Pero el Estado de la RC es objeto de toda sospecha. El ciudadano no cuenta frente a  las voraces necesidades de la RC, tampoco el medio ambiente. La soberanía es moneda de intercambio cuando se opta por endeudar al país en condiciones en que ningún gobierno lo hizo en el pasado y la trasparencia, es el principal obstáculo al momento de firmar grandes contratos.

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