La crisis y su representación

Antonio Villarruel
Quito, Ecuador

Hay sucesivos y distintos mapas de la crisis griega, así que no es inaudito que las lecturas sobre ella hayan crecido de forma bacterial, que a la larga es lo mismo que no saber nada, o que en esa pugna sobre la hegemonía de la verdad de quién tiene la mayor responsabilidad (que se ha reducido a observar a Grecia como una caterva de derrochadores) se multipliquen los lugares comunes. El peor de ellos, porque es el más cínico y ahistórico, es el de la lógica financiera alemana, que juega con plazos, términos y cifras, y que le obliga a pagar a Grecia el dinero que no tiene. Lo que sí es extraño, es que los más intolerantes hayan resuelto darle la espalda a tener su discurso justificativo y humanoide. A ostentar al menos su moralina edificante.

Del otro lado, Grecia cae fácil en el papel del país oprimido. No digo que no simplifico las cosas. Pero no olvido que las condiciones de ingreso de los países a la Unión Europea nunca fueron sido semejantes o justas. Como si esto fuera poco, Grecia malvive con el dibujo de una nación de haraganes, con un exministro de economía al que le han dado una imagen de Lorenzo Lamas revoltoso que se escapa del ministerio al que representaba, con su motocicleta y su camiseta de hard rock y con decenas de casos en que solo se refuerzan las hipótesis noreuropeas de que en el sur se sabe menos, se trabaja poco y se vive a expensas del sacrificio del norte.

Como escribí arriba, del lado de los ricos la cosa real no escapa demasiado a su caricatura: como no se esfuerzan demasiado por arroparse al menos de un humanitarismo mercenario, el modo en que han puesto la soga al cuello de los griegos, con la derecha católica bávara insistiendo en que no se les perdona ni la pensión a los jubilados es, y tal vez no me equivoque demasiado, de lo más feroz que se ha visto en ese continente en décadas. Alemania parece una tropa de cobradores prusianos. Que ahora ahoga a brazo partido a la tierra que les dio palabras como democracia, con la que se escudan para que no emerja del agua nunca más.  Que les sirvió de bastión de contención de lo que ellos mismos pensaron que era la civilización y la cultura. Sin el imaginario griego, probablemente Europa se llene de novedosas representaciones: en lugar de Homero, Angela Merkel; en lugar de Hesíodo, Eurovisión; en lugar de Salónica, uno de los pocos certeros lugares de encuentro y fusión culturales, que destruyeron los nazis en 1941, el complejo comercial de Las Rozas Village, en Madrid.

Ahora bien, tal vez sea una ventaja la inexistencia de una mediación representacional del lado mercenario alemán. Ésta es una de las pocas veces en que la “realpolitik” se instaura como discurso dominante, y en que la sordina de palabras como solidaridad, integración o convivencia raspan el absurdo. Acá estamos hablando de plata, de una geopolítica de cálculo milimétrico donde si se piensa que Grecia sirve de algo es para neutralizar las bestias negras europeas (Islam, Rusia, migración). El sur siempre es el sur, parece que pensaran desde Berlín, París o Bruselas (sólo miren este video), y como tal conviene aceptar el vasallaje si se desea pertenecer al club de las estrellas amarillas.

Hay algo de cierto en esto. El sur es una latitud pero también es, afortunadamente, un lugar de experiencias compartidas. Algún eslabón deberá romperse como consecuencia de que, después de una muestra clara de desapego a políticas austeras asesinas, el gobierno griego tenga que ceder y plegarse a los mandatos tiránicos de un grupo de países que, de momento, tienen la soberbia del que no recuerda cuando gateaba. El sur es el sur, y en consecuencia, algo habrá de unirnos tarde o temprano a ellos, algún gesto, alguna emancipación. Si de representaciones se trata, tal vez ésta sea la mejor y la que, tarde o temprano, nos salvará, aunque no sepamos aún de qué modo.

Más relacionadas