De la revolución a la restauración: de Correa a Nebot

Mauricio Maldonado Muñoz
París, Francia

El gobierno ha presentado a las movilizaciones que se han dado en el Ecuador como algo orquestado, principalmente, por ciertos líderes de oposición. Particularmente, el gobierno se ha centrado en la figura de Jaime Nebot. Por supuesto, apenas el aparato de propaganda dirigió sus ataques al alcalde de Guayaquil, también lo hicieron sus partidarios. Se ha generado así una contienda entre Correa y Nebot. Sin embargo, esa contienda es artificial (y artificiosa). No estamos obligados a esas dos opciones. Ni Nebot (o cualquier otro político) representa íntegramente el sentir de los ciudadanos, que salieron originalmente a las calles por cuenta propia, ni los ciudadanos identifican las protestas con una figura política en particular (con Nebot tampoco, se entiende).

Correa puede “pelearse” con Nebot cuanto quiera, yo mismo creo que el socialcristianismo es de lo más nefasto que le ha ocurrido al país (acaso tanto como ha resultado ser la “revolución”). Eso sí, que no se confunda: hay políticos en el medio —esto es cierto—, pero esta “bronca” es de Correa con la gente, con una gran parte de los ciudadanos que no se subyugan y que no aceptan la imposición de ciertas políticas. La gente empezó sola y de ser necesario seguirá sola, no necesita —de persistir los errores— de un líder específico. La gente es capaz de autoconvocarse, lo ha demostrado.

Sin embargo, el gobierno se empeña en presentar el problema como una reducción: “la revolución ciudadana” contra la “restauración conservadora”, cuyo representante máximo parecería ser nadie menos que Nebot. Leer la situación como un resurgir del socialcristianismo es, por lo menos, inexacto. Los ecuatorianos pretendieron enterrar ese pasado bochornoso apostando por el cambio; apostando, precisamente, por un proceso que se llamó a sí mismo “revolucionario”, y cuyo desarrollo ha sabido repotenciar las viejas prácticas de la “partidocracia”. Si el socialcristianismo tiene vida ahora mismo, es el producto de quien fuera el mayor exorcista de los males ecuatorianos y, a su vez, el mayor de sus resucitadores: el presidente. La vigencia que ha adquirido el socialcristianismo es producto del correísmo, así como el correísmo nació de la persistencia de la política socialcristiana. Los que han pagado los platos rotos son, sin embargo, los ciudadanos.

Y lo peor de todo es que hoy en día quieren obligarnos a que nos ubiquemos en una de las posiciones, a que elijamos bando: como si sólo existiesen, en el marco de las opciones, el correísmo y el febrescorderismo. La “revolución” o la “restauración”. La oposición entre estas dos opciones es “falsa”. No queremos volver a ese pasado, pero cada vez parece más obvio que el camino que pretenden indicarnos, o, más bien, imponernos, no es tan diferente de esa otra oprobiosa pretérita etapa. Y eso que ese pasado no sólo tuvo entre sus filas a malos actores: Roldós, Hurtado, Borja, Durán-Ballén, representan una vocación democrática que, aun con la persistencia de ciertas fallas, resulta, hoy por hoy, un anhelo, un recuerdo de que, imperfecta como es, la peor versión de la democracia es mejor que los fantasmas de la autocracia.

Nebot representa, sin duda, a un número importante de electores. Y es, también, uno de los actores importantes del proyecto de unidad, a pesar de que él mismo ha estado ya demasiado tiempo en el poder. Ello no obstante, ahora incluso parece darse cuenta —en la acera del frente a la que alguna vez estuvo— de que el exceso de poder es peligroso. Lección tardía pero necesaria, al menos si la expiación de sus viejas culpas le pueden permitir hacer parte de la mentada —y hoy imperiosa e inapelable— unidad democrática. Si Nebot hace parte de este proyecto, es algo que nadie puede impedir, pero si el gobierno quiere reducir este anhelo de muchos a una contienda Correa-Nebot habrá errado al blanco, y será la gente, con prescindencia de Nebot de ser necesario, la que le haga caer en cuenta de su error.

Más relacionadas