Independencia por odio

Jesús Ruiz Nestosa
Salamanca, España

Ver metido un busto en una caja de cartón de embalaje, resulta descorazonador. Esta es la imagen que recoge la fotografía que publica en primera plana el diario El País, con un título compuesto en grandes letras: “Barcelona retira el busto de Juan Carlos I y revisa los símbolos monárquicos”. Esta es una de las primeras decisiones tomadas por la nueva alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. El busto presidía la sala de reuniones plenarias del ayuntamiento de la ciudad. Sea cual fuere el motivo, el hecho es que se trata, a ojos vista, de una agresión manifiesta del gobierno catalán al Gobierno central.

La decisión ha ido más lejos, ya que la flamante alcaldesa encargó a sus colaboradores que hagan un estudio de todos los signos monárquicos que haya en la ciudad y que revisen el nomenclátor (catálogo de nombres de las calles, paseos, avenidas) para comenzar a hacer los cambios necesarios.

Gerardo Pisarello, el segundo en orden de jerarquía del ayuntamiento, dijo que “hay una sobredimensión simbólica de la monarquía que contrasta con una infrarrepresentación de otras tradiciones ciudadanas más propias de la urbe”. Si esto no quedó del todo claro, dijo que “Barcelona tiene una larga tradición republicana que no está suficientemente reconocida por razones ajenas a la ciudad que tiene un gobierno municipal de fuertes convicciones republicanas”. No deja de ser llamativa esta declaración ya que Cataluña desde siempre formó parte de España, por lo que no pudo haber sido más o menos monárquica, o más o menos republicana, que el resto del país.

Esta agresión por parte de Ada Colau, similar a la de una adolescente que rompe en pedazos la fotografía del novio que la ha dejado, viene a enturbiar aún más el ambiente que se está viviendo especialmente en Cataluña, donde la idea de independizarse del resto de España, mantenida por el actual presidente de la Generalitat, Artur Mas, va llevando la historia por el camino equivocado. No propone la independencia por amor a Cataluña (que hubiera sido mucho más equilibrado) sino por odio al resto de España, lo que crea un sentimiento de peligroso enfrentamiento.

Le guste o no a la señora Colau, de no haber sido por el rey Juan Carlos I, es muy probable que en este momento España seguiría cantando el “Cara al sol” (Himno de la Falange) con el brazo en alto (saludo fascista). En cambio, el rey recibió un país anclado en la Edad Media y en menos de una década no solo lo modernizó sino lo insertó entre los más adelantados de la Unión Europea. Su trabajo de acercamiento a los países sudamericanos, los esfuerzos por hacer desaparecer los rencores de muchos países del Norte de África, la captación de inversiones de los países de Oriente Medio, son nada más que algunos de sus logros que imponen cierto respeto y no una pataleta de niña malcriada.

Lastimosamente, el Gobierno central se encuentra en manos no tanto de un partido como de un hombre que no se destaca precisamente por sus ideas ni mucho menos por sus políticas. Mariano Rajoy, presidente de Gobierno, en lugar de haber promovido conversaciones con Artur Mas (cuyas características coinciden con las de este) para buscar una salida pactada, se acantonó en la Moncloa (sede del Gobierno) y se ha limitado, hasta ahora, a lanzar amenazas poco menos que apocalípticas.

Así las cosas, no se percibe cuál podría ser la salida a este problema que, de no ser llevado con inteligencia, muy bien puede que termine como tantos otros conflictos ideológicos a lo largo de la historia de España: en el campo de batalla. Aun no se han terminado de cerrar las heridas de la Guerra Civil (1936-1939) y sería dramático que se reabrieran otras nuevas.

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