Maduro, el pirómano

Víctor Cabezas

Víctor Cabezas
Quito, Ecuador

Los periplos de Nicolás Maduro y esa incomprensible pero persistente voluntad de hacer de la gestión pública la cultura del bochorno y la chabacanería logra develar algunas inutilidades internacionales, bastas inconsistencias ideológicas y –quizás lo más grave- comprueba cómo el ejercicio del poder resiste el absurdo y lo protege. Encima de un caballo blanco y al trinar de los pajaritos Nicolás Maduro ha decidido que los problemas de seguridad que enfrenta en la frontera colombo-venezolana, se soluciona expulsando a los colombianos que habitan en las poblaciones fronterizas. Miles de colombianos que vivían entre un lado y otro, que mantenían hijos venezolanos se están viendo forzados a abandonar sus hogares, sus trabajos y lo que es más grave, el poder Maduro, insolente en su incomprensión de la realidad, les obliga a abandonar su proyecto de vida.

Este caos, sin embargo, no viene de la mano de dictadores irascibles y declarados  de medio oriente o de regiones tradicionalmente conflictivas del mundo, estos abusos no vienen de un presidente derechista, de un servil del imperio ni de un Bush o un Nixon. El pirómano se llama Nicolás Maduro, un presidente de izquierda, legatario de las botas socialistas, humanista, ese que dice repudiar la violencia y amar el espíritu integracionista de Bolívar. Nicolás Maduro, el protagonista de la comedia del absurdo más patético, capaz de despojar a los colombianos de sus hogares, fraccionar la relación entre dos pueblos hermanos, al tiempo que empuña la espada discursiva de la integración. Pero su universo de pajaritos y caballos blancos y bolívares y patrias grandes se desmoronan al tiempo que sus actos le cobran caro el precio del mentiroso discurso que ha venido pregonando, la implacable realidad opacando lo tartufo de su boca.

La seguridad es la razón de la crisis que vive Venezuela con Colombia, dice Maduro. Que hay indicios de que los paramilitares colombianos están ingresando y generando desmanes en territorio venezolano y que entonces la solución es simple: los colombianos presentes en estados fronterizos venezolanos deben ser evacuados, deportados, vejados. ¡Brillante!

Pero ni aún en la condición intelectualmente precaria del Presidente Venezolano, podríamos admitir que en realidad piense que deportando colombianos disminuirá la violencia en la frontera, hay razones detrás. Hay encuestas que ubican a la oposición como ganadora de las elecciones parlamentarias este diciembre y obviamente Maduro necesitaba encontrar ese enemigo externo que justifique la mediocridad de sus actos.  Este año –cuando se disparó la crisis económica- Maduro desató una crisis con Guyana por un diferendo limítrofe; el rival  icónico, EE. UU.,  ya cansó, ya no convence, está caduco, ha iniciado un acercamiento con Cuba y el impacto mediático de esa contienda ya no atrae masas ni convence. El turno es entonces para Colombia, quién ha luchado para defenderse del “petropoder” de Venezuela entre OEAS y UNASURES sin ningún resultado concreto. Estas organizaciones internacionales no pasaron la prueba, dejaron a Colombia sola en medio de la crisis propuesta por el pirómano y se coinvirtieron en cómplices del delirio Maduro, al final del día, son coprotagonistas en este comic desafortunado en el que ha degenerado su gestión en el poder.

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