Lo extraordinario de este fallo es que la Corte tuvo las agallas para resolver una de las problemáticas centrales cuando se trata de derechos LGBTI, y lo hace de una forma progresista, velando por todas las clases de familias.
Lo cierto es que el debate respecto de la adopción de parejas del mismo sexo nace de una problemática mucho mayor: la convicción que tiene la sociedad de cómo debe ser la familia. Un papá, una mamá y niños. Esa es la familia de “clase A”, la que es aceptada, la que cumple con los parámetros sociales. De ahí encontramos familias de “clase B”: las parejas sin hijos, los padres solteros, las parejas homosexuales, etc. Esta concepción de que estas familias diversas no son “familias” realmente es la base fundamental del debate sobre la adopción por parte de parejas LGBTI.
Mientras opinamos y criticamos acerca de las familias de “clase A” y de “clase B” nos olvidamos del punto central: los niños. A partir de la sentencia de la Corte Constitucional Colombiana salieron numerosas publicaciones sobre lo “dañino” que puede ser que un niño tenga dos mamás o dos papás. Pero ¿en realidad es así? Hay niños que viven con mamá y papá, pero papá pega a mamá, mamá es alcohólica, papá los abusa sexualmente, mamá los prostituye, papá y mamá los abandonan. Por lo tanto, ¿realmente es menos “dañina” una familia de “clase A” que una de “clase B”? Los niños necesitan amor, cariño y comprensión, y no hay nada que demuestre que esto no puede ser dado por dos personas del mismo sexo.
El problema es que muchas veces los hijos de personas homosexuales resultan perjudicados, pero no porque sus padres sean del mismo sexo, sino porque la sociedad misma los rechaza por ser parte de una familia que no es “normal”. En las escuelas son acosados, se les hace burla e incluso son excluidos, pero ¿es esto culpa de sus padres? La realidad es que no. Es culpa de las maestras, de los padres “clase A” que hablan mal en sus hogares de las parejas homosexuales, de las religiones sesgadas y de las ideologías retrógradas. No son los padres por ser homosexuales quienes hacen daño a sus hijos, es la sociedad la que les hace daño a los niños por tener padres homosexuales.
Es absurdo prohibir la adopción de personas del mismo sexo que –por razones fisiológicas– no pueden tener a sus propios hijos. Al adoptar, la felicidad no es solamente de los adultos que acogen al niño, sino también del niño que finalmente tiene una familia. Rechazar la posibilidad de un nuevo hogar para un niño sólo porque tendrá dos papás o dos mamás significa que ese niño permanecerá huérfano, a menos que una familia de “clase A” esté dispuesta a adoptarlo.
La idoneidad moral, física o mental no se relacionan con la orientación sexual de la persona. Esa es la conclusión a la que llega la Corte Colombiana, y es cierta. Descartar a priori una pareja de adoptantes sólo por su orientación sin practicar las entrevistas, talleres o un sin número de actividades que forman parte de un proceso de adopción es absurdo. No puede entregarse a un niño a cualquier persona, pero tampoco puede prohibirse la adopción por factores como la orientación sexual.
Celebro el fallo de la Corte Constitucional Colombiana. Es hora de que dejemos de pensar que existen familias de “clase A” y de “clase B”. Lo importante es tener una familia que logre hacernos felices. El hecho de que un niño tenga padres homosexuales no debe ser visto como una decisión perjudicial. Debe dejarse de juzgar a las familias diversas porque no es el pertenecer a ese tipo de familia lo que hace daño, sino que la sociedad siga excluyendo a las mismas de una vida normal. Tal vez, algún día, los cuentos como “Nicolás tiene dos papás” dejarán de ser sólo un cuento.