La hora de la verdad en la Argentina

Martina Vera

El cambio ganó en las urnas y copó con velocidad la capital. Ahora, en este recorrido encuentro la firme convicción que atañe a los argentinos de que es necesario secundar el mandato de un nuevo gobierno que enfrenta retos inverosímiles. Esas son palabras que tomo de José, taxista porteño, al que le pregunto qué opina del alza de precios –llega hasta un 30%- que sufrió el país esta semana. Las palabras de mi nuevo amigo dejan algo en claro: en el sur, inicia un gobierno que promete cambio y un pueblo que lo predica. Hace 12 años que no se presencia algo similar en la Argentina; ni hablar de otros países de Latinoamérica.

Del cepo al hecho hay un trecho

En Buenos Aires la vida siempre es más rítmica, más sustancial, más llevadera. Hoy, es también abiertamente más cara. La liberación del cepo cambiario que decretó el gobierno del liberal Mauricio Macri trae consigo un incremento de precios general -entre un 15% y 30%. Sin embargo, antes de aquello, la vida en la Argentina era tan impagable como hoy; la diferencia radica en que esa realidad yacía oculta al turista bajo el cepo cambiario impuesto por el gobierno de Cristina Fernández. La antigua política cambiaria sobrevaloraba el peso –la moneda local- en relación al dólar. Mientras el cambio oficial se justificaba en 9.50 pesos por dólar, éste cotizaba a 14 pesos por dólar en un mercado negro al que acudían la gran mayoría, dadas el restringido acceso a divisas extranjeras que regía en el país, mientras, el ciudadano cotizaba en una moneda local cuya devaluación exponencial encarecía el costo de vida a velocidad de relámpago. El encarecimiento de productos y servicios básicos fue en ascenso frenético y rutinario durante los últimos años, sin necesidad de que aquellos incrementos consten en ninguna etiqueta.

Tan pronto como el gobierno de Macri decretó la liberación del cepo cambiario en la Argentina, sucedió exactamente todo lo contrario de aquello que advirtieron los kirchneristas: el dólar cayó y unificó su valor en relación al peso y se disolvió el mercado negro. A la eliminación del cepo le siguió entonces un ajuste de precios inevitable en el que el valor que marca una etiqueta de venta ya no es un espejismo cambiante, sino una cifra real y estática. Eso es lo que explican comerciantes, proveedores de servicios y estudiantes en las calles porteñas, sin quejas, sin reproches, sin reparos. Lo internalizan, lo racionalizan y lo afrontan como algo necesario para recobrar todo lo que se echó por la borda tras 12 años de kirchnerismo.

La magia de la Democracia

La sorpresa de esta estadía deja entonces de forma repentina de ser la austeridad; ocupa su lugar el temple de los argentinos: cansados y hastiados de la crisis pero solidarios con su nuevo gobierno y conscientes de los sacrificios que devienen de la sed de progreso. Son ellos quienes explican por qué las medidas de ajuste de un nuevo gobierno son necesarias. Son ellos quienes se dicen orgullosos de ver y escuchar a un Presidente que no miente a sus ciudadanos tras 12 años de mentiras y tapujos. Son ellos quienes comentan que se encuentran dispuestos a apoyar las medidas necesarias para reactivar su economía. Soy yo la sorprendida ante la madurez con que los ciudadanos de este país viven la democracia. A diferencia de nosotros, ellos sí son conscientes de que la democracia, como todo lo perfectible se reinventa. Todo lo demás se agota, se extingue, se acaba. Bajo esa línea de razonamiento, nosotros somos todo lo demás mientras en el país perdure el mal llamado Socialismo del SXXI, pero eso no supone que debamos resignarnos a soñar con menos.

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