El marco para la innovación

Saben qué hará feliz a cada uno.

Las exportaciones del Ecuador no surgieron de la planificación de un genio público, sino de la decisión de alguien del sector privado que tuvo la visión para innovar. Fueron compañías privadas extranjeras las que se dedicaron a explotar y exportar petróleo desde el año 1928. A finales de los años sesentas, empresas privadas extranjeras encuentran yacimientos importantes en el oriente vía concesión de territorios. En el año 1971, el gobierno de Velasco Ibarra promulga la Ley de Hidrocarburos con el fin de que el Estado se apropie indebidamente del petróleo ecuatoriano. Al percibir que existía dinero en el tesoro público, las fuerzas armadas se animan a gobernar en dictadura y promulgan leyes para apropiarse, también indebidamente, del espectro radioeléctrico para controlar la libertad de opinión.

El camarón, las flores, el banano, langostinos y atún en conserva son productos que ubican al Ecuador como productor importante a nivel mundial. El Estado tampoco planificó eso. Fueron inversionistas privados que arriesgaron y se abrieron camino en el mercado a base de esfuerzo. El gobierno no los apoyó, sino lo contrario.

El comercio es la actividad que mayor empleo formal genera en el país, pero se la castiga con restricciones comerciales, inflexibilidad laboral, presión fiscal con leyes complejas, falta de financiamiento y corrupción gubernamental.

Crear un marco legal que posibilite la innovación y el emprendimiento en libertad es el camino hacia la prosperidad. Los gobiernos que menos intervienen son los mejores. Permiten crear mejores productos y exportar conocimiento sin tantas condiciones.

Vivimos en una economía global sustentada en el trabajo mental, más que en el manual. La impresión en 3D cambiará la forma en la que compremos. No es coincidencia que Apple y Google tengan un producto bruto mayor que el de muchos países latinoamericanos. Países como Singapur, Taiwán o Israel tienen economías más prósperas que países petroleros como Venezuela, Ecuador o Nigeria. Nada de esto surge de una matriz productiva, sino de la iniciativa privada.

Los países compiten fiscalmente atraer a los inversionistas usando la menor tasa impositiva posible. Eso seduce capitales, pero la parte cultural es igualmente importante. No es bueno decir que se desprecia a los ricos. Es fundamental lograr un ambiente agradable que le permita al inversionista quedarse a vivir con su familia. Lugares en los que florezcan las artes, el fracaso no sea castigado y las universidades puedan transformar la creatividad en innovación. Desregulemos y enrumbemos la proa hacia un siglo XXI que ofrece un sinfín de oportunidades para países como el nuestro, ricos en genialidad y recursos, pero que han tenido la mala suerte de tener pocos gobernantes que favorezcan a la mayoría.

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