Sandor Marai, ese burgués encantador

Yo leí La mujer justa, cuyas dos primeras partes fueron publicadas en Hungría en 1941 y cuya tercera y última parte se publicó y añadió en 1949, durante el exilio italiano del autor. A continuación, mis impresiones de esta novela genial:

Una novela burguesa

Marai era un burgués y no renegaba de serlo. De hecho, al mundo de la burguesía volcó gran parte de su obra y en La mujer justa nos ofrece una extensa reflexión sobre la relación de la burguesía y la Cultura. Un personaje significativo, aunque no protagónico, es Lázár, un escritor burgués –alter ego, quizá, del mismo Marai– que veía en la Cultura la máxima expresión del orden y, por ende, de la paz. Con el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial y la conversión de Europa en la carnicería más cruel de la historia reciente, Lázár descubre que la Literatura, ese artificio al cual había dedicado su existencia, no le iba a servir de nada para evitar la demolición de la vida. El mundo se hundía en el horror y la Cultura, que tan alto habían ensalzado los burgueses, no fue capaz de salvarlo. Entonces Lázár decide nunca más leer Literatura y dedica sus últimos días a observar como su país moría lentamente. El único libro al que se aferró, hasta el final, fue un diccionario y en él descubrió la única patria que le era absolutamente propia, que no sería desmembrada ni ocupada y que nadie le podía arrebatar. Era su lengua, la lengua húngara. Porque siempre la patria es nuestra lengua.

Una novela humana

La sabiduría se desborda de La mujer justa como leche caliente en una olla que hierve. Es una novela que se escribe en uno de los más trágicos momentos de la Historia pero que se dedica, fundamentalmente, a explorar el alma humana. Por eso concluye que entre personas que se han querido de verdad no puede haber nunca verdadero odio. Puede haber rabia o deseo de venganza; pero jamás odio de verdad, ese odio tenaz y calculador que espera únicamente el momento de desencadenarse.

Sobre el amor y el sexo Marai logra, en La mujer justa, algunas de las frases e ideas más bellas de la literatura occidental. Hablemos de lo que piensa sobre el amor. Sostiene que detrás de cada abrazo o beso verdadero está la idea de la aniquilación, que consiste en un sentimiento de felicidad absoluta. Por eso este escritor elogia a los enamorados, los cuales han sido objeto de profunda veneración en las religiones ancestrales y en la poesía. Él piensa que en el fondo de la conciencia humana yace el recuerdo de lo que en el principio era el amor. No el contrato de compraventa en el que se ha convertido, sino algo distinto. Y es que hubo un tiempo –dice Marai– en que a cada ser viviente se le asignó una temible tarea: “el amor, es decir, la expresión completa de la vida, la perfecta comprensión del sentido de la existencia y su natural consecuencia, la aniquilación.”

En esta novela, este fascinante autor húngaro, se declara militante de una concepción de la palabra amar que implica conocer por completo la felicidad y luego perecer. Y sobre todo, entregarse enteramente y sin condiciones, haciendo un iracundo homenaje al hecho de estar vivos. Por eso escribe: “hay millones y millones de personas que sólo esperan ayuda del ser amado, remedios caritativos, un poco de ternura, de paciencia, de perdón, alguna caricia… Y no saben que lo que obtienen de esa manera es algo insignificante y que hay que saber entregarse sin condiciones porque en eso consiste el juego.”

Una novela sobre el silencio

La mujer justa, como otras obras maestras de la literatura, es una novela en la que aquello que no se dice es más poderoso y generoso que lo que se dice. Para Marai la Literatura es un compromiso ético y existencial pero a la vez un juego. Es decir, es la máxima expresión de la vida en todas sus facetas lúdicas y serias. Esta novela es una larga y dolorosa meditación sobre la escritura, que milagrosamente arroja conclusiones felices: hay algo en todo escritor que lo mantiene en trance, que le permite vivir en dos mundos paralelos, el que para Platón era el mundo de la realidad inmediata pero también el mundo de las ideas, de los Dioses y de todas las historias de la ficción. Esa fuerza es la lujuria. Y la lujuria del escritor es por el mundo entero. El mundo, sus lenguajes, sus imágenes y su voracidad es lo que tan encarnizadamente llena de excitación al escritor. Y lo conduce a una forma superior del lenguaje, que ya no requiere de palabras. Pero este viaje no opera sólo en el escritor (ni en el burgués, pensando en Marai). Esta es una novela que sabe, con absoluta lucidez, que los grandes acontecimientos de nuestras vidas, como el amor y la memoria, ocurren en absoluto silencio.

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Por lo demás, Sandor Marai huyó de Hungría cuando la Cortina de Hierro que propugnó igualdad y justicia social se levantó, como un velo atroz, en Europa Central. Primero se exilió a Italia y luego a California. Marai, que nació con el siglo, llegó a ser en la década de los treinta el escritor más canónico de su país. El régimen comunista proscribió sus libros y condenó a su más insigne narrador al ostracismo y al olvido. Ya sin fuerzas ni esperanzas, el más grande novelista de la lengua húngara decidió suicidarse con casi noventa años a cuestas. Lo hizo en San Diego de California, a cientos de kilómetros de su adorada Budapest. Era febrero de 1989. Faltaban nueve meses para la caída del abominable Muro de Berlín.

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