Turquía y el Estado Islámico, de la indulgencia a la confrontación

Foto: EFE/Archivo

Los 41 muertos del triple atentado suicida contra el aeropuerto Atatürk en Estambul han puesto de manifiesto la capacidad y voluntad del Estado Islámico (Dáesh), probable autor de la masacre, de herir Turquía en su punto más sensible: el turismo.

Si se confirma la autoría del Dáesh, avanzada como pista principal por el primer ministro turco, Binali Yildirim, será su tercer atentado en Estambul dirigido contra el sector turístico, tras el de la Mezquita Azul en enero, con doce muertos (once alemanes), y el de la céntrica calle Istiklal en marzo, con tres víctimas israelíes y una iraní.

Es la fase más reciente de una relación entre el Gobierno turco y el yihadismo que ha ido empeorando desde agosto de 2014, cuando el entonces ministro de Exteriores y después primer ministro, Ahmet Davutoglu, definió al EI como «jóvenes suníes enfurecidos».

«Se puede considerar a Dáesh como una estructura radical, terrorista. Entre ellos hay turcos, árabes, kurdos. Esta estructura es, en primer lugar, una amplia reacción nacida en un gran frente de quienes se sienten decepcionados y furiosos», dijo Davutoglu entonces.

Las banderas del Dáesh incluso ondeaban en las calles de Estambul durante marchas progubernamentales en 2013, como un elemento más del islamismo internacional que se identificaba con las tesis del actual presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.

Pese a considerarlo terrorista, Ankara trataba al EI en Siria con cierta indulgencia, tanto por combatir contra el régimen de Bachar al Asad como por ser un baluarte contra la expansión de las milicias kurdas del partido PYD en el norte del país vecino.

Aunque no se ha demostrado un apoyo directo de las autoridades turcas al Dáesh en su lucha contra los movimientos kurdos, el Gobierno sí admitió que en los hospitales turcos se aceptaba a todo militante herido en Siria, sin excluir a yihadistas.

Esta relación empezó a cambiar con los ataques terroristas del Estado Islámico en suelo turco, en junio de 2015 contra un mitin electoral de la izquierda prokurda y en julio contra una reunión de la misma orientación en Suruç, en la que murieron 32 personas.

Días más tarde, Turquía abrió la base aérea de Incirlik, a 120 kilómetros de la frontera siria, a la coalición antiyihadista, encabezada por EEUU, para atacar al EI en el norte de Siria.

El Estado Islámico cometió el 10 de octubre en Ankara el atentado suicida más grave de la historia de Turquía, que causó 101 muertos, contra una manifestación de la izquierda a favor de la paz en el conflicto kurdo, algo que contribuyó a polarizar la sociedad, al interpretarse que los yihadistas golpeaban a los «enemigos del Gobierno».

La izquierda acusó a la policía de haber mirado para otro lado mientras el EI organizaba redes y reclutaba a seguidores en numerosos lugares de Turquía, de forma poco disimulada.

«Hay distritos donde el Dáesh se organizaba con toda tranquilidad. Uno es Adiyaman (ciudad del sureste, origen de los kamikaze de Suruç y Ankara). Otro es un barrio de la capital donde pude entrevistar a simpatizantes del Dáesh que habían estado en Siria», declaró hoy a Efe el periodista turco Dogu Eroglu.

«Iban a Siria y venían sin problema. Se adoctrinaba a niños para la milicia. He visto hospitales en la frontera donde se trata a militantes del Dáesh. Y en los tribunales hay grabaciones de conversaciones telefónicas entre militantes del Dáesh, dirigentes locales y funcionarios turcos, para arreglar el paso por la frontera», asegura Eroglu.

Incluso familiares de los kamikaze aseguraron haber denunciado a sus propios hijos ante la policía, al observar su deriva radical, sin encontrar eco, mientras que se detenía de forma preventiva a numerosos simpatizantes de la izquierda kurda.

Otros analistas acusan al Gobierno de haber llevado demasiado lejos su lucha contra la cofradía del predicador exiliado Fethullah Gülen en los cuerpos policiales, hasta el punto de purgar a casi todos los policías con experiencia contra la amenaza yihadista.

Los atentados suponen un duro golpe para el Gobierno turco, dado que su buena imagen ante el electorado, también en los sectores conservadores y religiosos, depende de su gestión económica y su capacidad de garantizar la estabilidad.

El turismo, con unos 40 millones de visitantes al año, sostiene el 12 por ciento del PIB turco, pero este año ya se ha visto gravemente afectado, tanto por los atentados como por la crisis diplomática con Rusia, segundo país emisor de turistas.

En los últimos día, Erdogan ha dado pasos para enmendar la relación y hoy mismo Moscú anunció que iba a levantar sus sanciones.

«Es significativo que este ataque se haya realizado precisamente cuando estamos normalizando las relaciones con nuestros vecinos», ha dicho Yildirim, en alusión aRusia y al pacto con Israel para recuperar relaciones diplomáticas, firmado ayer. EFE (I)

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