Historias patrias

No obstante desde niño me dijeron insistentemente que tenía una patria y en consecuencia una historia armada de retazos de relatos fantasmagóricos, sensaciones, recuerdos, olvidos y el eco de una palabra gastada o cuyos sentidos se han trastocado, sino perdidos.  Patria era la empresa de transporte que circulaba por las rutas andinas y en la que viajaba a Riobamba a pasar las vacaciones donde mi abuela María Emilia Borja. Riobamba, dicen, es el Corazón de la Patria y Bahía de Caráquez, La puerta de la nacionalidad, que viene a ser casi lo mismo.

La palabreja la escuché cada lunes en las diferentes escuelas por las que circulé, en donde entonábamos la canción Patria (letra del poeta quiteño Manuel María Sánchez y música de Sixto María Durán). Manuel María era hijo de otro poeta, Quintiliano Sánchez, también autor de la novela Amar con desobediencia. El séquito del monarca equinoccial Rafael I, El Deslenguado —como lo llamó un hombre sabio, serio, elocuente, erudito, que sabe reírse de sí mismo y hacer reír con exquisito humor: Simón Espinosa Cordero— inaugura prácticamente toda ceremonia en que aquel interviene con la canción Patria (Sánchez-Durán), cuyo número es casi infinito. Con él también se creó la patria, pues antes nada existía.

A propósito de patria: alguna mañana entre 1900 y 1906, probablemente en 1901, el doctor Alejandro Reyes prestó el Libro Primero de los Cabildos de Quito, llamado EL LIBRO VERDE, a Paul Rivet, etnógrafo francés, miembro de la Misión Geodésica Francesa que llegó a Ecuador.  El mentado libro contiene las actas del Cabildo de la ciudad desde la fundación en 1534.

¿Un libro verde? José Rumazo Gonzales que descifró los originales que el Municipio de Quito publicó en dos volúmenes, en 1934, escribe:

«EL LIBRO VERDE o Libro Primero consta de 270 folios, escritos la mayor parte con tinta negra verdosa, de aquella que se solía preparar con sulfato de hierro, nuez de agalla, un tanto de agua y una poca de goma; aquella era la tinta de caparrosa que, cuando el papel no resultaba bueno, le corroía la fibra hasta agujerearlo… En los folios del Libro I se encuentra grabada una mano extendida en el centro hacia una florecilla de cinco pétalos que parece nacer del dedo cordial.»

El doctor Reyes —cuya nobleza estaba claramente establecida en nombre y apellido pues por nombre llevaba el del gran Alejandro Magno y por apellido el ya señalado—  era un hombre bondadoso, culto, buena vibra y dispuesto a ayudar al prójimo, más si se trataba de un francés. Así me lo imagino. Tenía ese talante quiteño de comienzos de siglos: ser tan pero tan amable con el extranjero que rozaba en una sumisión no esperada ni pedida.

Reyes no se imaginó el escándalo que se iba a armar cuando puso EL LIBRO VERDE en manos de Rivet. Al francés, interesado por sobre todo en los pueblos precolombinos, hoy llamados originarios, le valía un comino las disputas fronterizas entre las dos jóvenes repúblicas Ecuador y Perú y encargó a uno de los amanuenses de la Legación peruana que sacara una copia del libro. No había otro que lo hiciera.

Un tinterillo que no quería a Reyes debido a las inevitables rencillas de la vida burocrática hizo conocer del acto de generosidad científica a un primo suyo que laboraba en La Patria, uno de los diarios de la ciudad. ¡Estalló el escándalo!

«El señor Reyes —decía la nota periodística del No 400 de La Patria—  ha confiado  sagrados documentos a la Nación enemiga que hoy se esfuerza para usurparnos toda nuestra región oriental… Estamos seguros de la inocencia del Dr. Reyes; pero, así como se mira el hecho encierra una traición a la Patria… Tenemos evidencia que fuera del sabio González Suárez, ningún ecuatoriano ha registrado (en mayúsculas en el original) ESE LIBRO QUE DEBIÓ PERMANECER RESERVADO EN EL SANCTA SANCTORUM DE LOS SECRETOS DE LA PATRIA».

¡Vaya sorpresa! La Patria tenía secretos y nadie debía conocerlos.  Para aclarar, no los secretos de la patria, sino lo sucedido debieron intervenir Gonzales Suárez, Paul Rivet y el Secretario del Municipio.

Muchos años antes, un 30 de octubre de 1602, el escribano Francisco de Zarza pidió autorización al Cabildo de la ciudad para «trasladarlo y renovarlo», se refería a EL LIBRO VERDE , a un nuevo cuaderno o como se quiera llamar,  debido a que el uso lo había deteriorado y corría el riesgo de destrucción. Zarza inició la solicitud con la siguiente frase: «en la muy noble y muy leal ciudad de san francisco del quito del pir(u)…».

Quito era parte del Perú. ¿Quién ha reflexionado sobre la peruanidad en nuestra historia? ¿Cuántos decenios fuimos parte del Virreinato del Perú?  ¿Cuánto influyó esta historia en la construcción posterior de la patria que con tan poca imaginación o con exceso de la misma se llamó Ecuador? ¿Tal vez el nombre Quito estaba demasiado ligado a Lima. Es parte de los secretos de las historias patrias.

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