La discapacidad como farsa

Todos predecían que Lenín Moreno podía ser el único personaje del correísmo capaz de insuflarle vida a la cada vez más lánguida revolución ciudadana. Y Lenín Moreno no es nada sin la parafernalia de la discapacidad alzada en los albores del gobierno correísta. Sin el tema de la discapacidad erigido como caballo de batalla, Moreno no habría estado viviendo cómodamente en Ginebra, no habría intentado ser candidato al premio Nobel de la Paz, no habría siquiera logrado ser vicepresidente de la República. Por eso, Moreno es el candidato perfecto para quienes piensan que un presidente debe sonreír a la cámara mientras viste el traje siempre hipócrita de la solidaridad oficial: votarán por él quienes sigan viéndolo como un héroe y quienes más se le parezcan.

Mientras tanto, las personas con discapacidad, y de manera especial los niños y las niñas que viven en los sectores rurales más vulnerables y cuyos cuerpos son acomodados para posar frente a las cámaras sedientas de lo ‘raro’, continuarán ocupando un espacio que a fuerza de parecer protagónico, permanecerá iluminado por la luz enceguecedora que esconde la mentira y la exclusión. La práctica ha sido eficaz durante los últimos años y corre el riesgo de seguirlo siendo: cada vez que las instituciones, ya sea desde el estado o desde sectores privados u organismos no gubernamentales, se vuelcan a mostrar su labor por aquellos que consideran ‘los menos favorecidos’, una vieja conciencia caritativa y lastimera nos invade hasta el punto de hacernos sentir que si juzgamos el nivel de perversidad de aquello que estamos presenciando, podríamos ir a parar al mismísimo infierno. Estamos entrenados para sentir compasión y el poder sabe cómo usar ese sentimiento a su favor. Una casa con rampa es lo menos que podemos consentir en nombre de nuestra cada vez más patética moral cristiana.

¿Qué se viene ahora? Mientras la entrega de casas gracias a la solidaridad de propios y ajenos se confunde peligrosamente con un acto de campaña por parte del que ahora es ya precandidato a la presidencia de la República, la Conadis publica unas cifras que de ningún modo pueden pasar desapercibidas. Según el organismo otrora despolitizado, el número actual de personas con discapacidad registradas en todo el país es de 415.500, una cifra que en 1996 era de 1’653.000. Como bien señala el portal de noticias MilHojas, se trataría de un hecho inédito si tomamos en cuenta que un informe actualizado de la Organización Mundial de la Salud estima un aumento del 15% en la población con discapacidad a nivel mundial. El asunto, que podría disfrazarse de una consecuencia positiva de las políticas preventivas y rehabilitadoras de la revolución ciudadana, invisibiliza la situación y las necesidades urgentes de inclusión y de accesibilidad de más de un millón de personas. Y si contamos con que el registro hecho por Conadis toma en cuenta a quienes portan una cédula de identidad que indique la situación de discapacidad, la circunstancia de niños y niñas aún no cedulados es realmente alarmante.

Para decirlo de un modo distinto: una disminución en la cifra de las personas con discapacidad en Ecuador puede hacer pensar lo que al poder le encantaría que todos pensemos: que gracias a las políticas adoptadas por el actual gobierno, más de un millón de personas superaron su discapacidad, como si la discapacidad fuera una epidemia que se debe contener. Si es esto lo que quieren que creamos, estaremos presenciando una de las violaciones más descaradas a lo estipulado por la Convención de Naciones Unidas por los Derechos de las Personas con Discapacidad. Dicho acuerdo internacional establece que la discapacidad no debe ser asumida como una situación circunscrita a la salud de un individuo, sino como un modo de organización social que no garantiza el acceso de todos los ciudadanos en igualdad de condiciones. En otras palabras, una visión eminentemente médica y patologizante de la discapacidad nos llevaría a perpetuar la idea de que la vida del sujeto discapacitado no está más allá de un diagnóstico ni de los espacios históricamente permitidos para quienes son considerados enfermos: el hospital, el centro de rehabilitación, el hospicio. Si ese individuo ‘superó’ su discapacidad, deberá tener que acceder sin distinciones ni adaptaciones a los espacios educativos, laborales y sociales. Y como no todas las discapacidades se relacionan con enfermedades discapacitantes curables y son más bien una condición -y una identidad, si queremos complejizar aún más el tema- entonces aquellos individuos que no la ‘superaron’ deberán quedar de por vida relegados a los espacios de exclusión. ¿Complicado? y paradójico, además de gravísimo, por supuesto.

El problema también está en que hace unos años, sobre todo desde que el Ministerio de Salud Pública asumió la evaluación y emisión del carné de discapacidad, la estrategia ambigua de la recalificación dejó por fuera a muchas personas que, en su afán por tratar de recibir mayores beneficios, fueron calificadas con porcentajes menores de discapacidad o, incluso, liberadas de su condición como por arte de magia. Lo que a nadie se le ocurrió decir es que, en época de crisis económica, entre otras medidas, había que reducir el número de personas con discapacidad merecedoras de ciertos beneficios como el bono Joaquín Gallegos Lara. Para eso, la recalificación terminó por quitarles el beneficio a muchos a partir de la reducción del porcentaje de discapacidad y, a la vez, redujo las cifras que ahora parecen querer decirnos que un país sin discapacidad es un mejor país para todos.

En Ecuador, la discapacidad es una farsa. Moreno es un prestidigitador, ¡qué duda cabe! El carné es el boleto de entrada a este sainete que tiene varias escenas: desde aquella que se llamó Misión Manuela Espejo, que buscó incluso debajo de las piedras cuerpos vulnerables para exhibirlos ante las cámaras, hasta aquella que ahora, bajo el nombre ‘Junto a ti’, entrega casas con rampas, una junto a la otra, en conjuntos habitacionales que de modo contradictorio se convertirán en nuevos espacios de segregación. Quienes acepten la invitación para asistir a esta función tragicómica estarán, como en los circos del siglo XIX, presenciando con la boca abierta y la mirada incómoda los cuerpos de los ‘raros’, en esto que podemos llamar «el espectáculo de la discapacidad». Quienes den su consentimiento y contribuyan con su compasión y su voto por Moreno o por cualquier candidato que perpetúe este imaginario, seguirán negando los derechos de cada ser humano cuya discapacidad parece no tener otro fin que este de la sobrexposición y la lástima. Mientras tanto, el poder sabrá cómo usar esos cuerpos en su propio beneficio y cómo hacer capital político con nuestra incapacidad de ir más allá de nuestras cada vez más achatadas narices.

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