La sombra de Trump amenaza con sepultar las marchitas «primaveras árabes»

SANÁ (YEMEN), 13/9/2012.- Manifestantes yemeníes rompen una ventana de la Embajada de EEUU en Saná tras lograr acceder al patio interior del recinto durante una protesta contra una película sobre el profeta Mahoma considerado blasfema por los musulmanes, que ha causado ya ataques violentos contra legaciones estadounidenses en Libia y Egipto. EFE/Yahya Arhab

A la espera de que el nuevo presidente electo de EEUU, Donald Trump, desvele su política internacional, de la que apenas se conocen retazos, analistas y expertos en el norte de África coinciden en que una negra sombra amenaza con sepultar para siempre las casi marchitas «primaveras árabes».

La sensación más común es que de confirmarse la supuesta afinidad entre el futuro mandatario y el colega ruso, Vladimir Putin, el espectro de la dictadura se afiance en países donde ese retroceso es ya una realidad -caso de Egipto- y se contagie a otros, como parecen apuntar los últimos acontecimientos en Libia.

Allí gana influencia política el mariscal Jalifa Hafter, un exmiembro de la cúpula que aupó al poder a Muamar al Gadafi y que años después, reclutado por la CIA, se convirtió en el principal opositor al dictador desde su exilio en Virginia.

Desencadenado el alzamiento, regresó en marzo de 2011 casi al tiempo que los cazabombarderos de la OTAN comenzaban a bombardear a las tropas gadafistas con el objetivo declarado de proteger a los civiles.

Desde entonces, Hafter ha cabildeado en las filas de los rebeldes hasta conseguir ser designado jefe del llamado Ejército regular libio, y convertirse en el hombre fuerte del este del país con la ayuda militar de los Emiratos, Egipto, Arabia Saudí y la Rusia de Putin.

También de Francia -que le respalda en la lucha contra los grupos yihadistas que han prosperado en el país- y de la sección de la CIA que entrenó a sus fuerzas durante la última década del pasado siglo.

«En los últimos meses (Trump) ha hablado de recalibrar la política exterior de EEUU hacia el aislamiento», recuerda el periodista Cor McCormick-Cavanagh.

«Y en aparente afecto hacia Putin, ha declarado su apoyo a un amplio número de hombres fuertes a lo largo de Oriente Medio», agrega.

Entre estos últimos se alistan el dictador egipcio Abdel Fatah al Sisi y el presidente turco, Recep Tayeb Erdogan, líderes que fueron de los primeros en recibir llamadas de Trump, y el propio Hafter, acusado de supuestos crímenes de guerra.

«Si se confirma la sintonía internacional entre Trump y Putin, es casi seguro que el conflicto libio va a experimentar un cambio absoluto, y no será en la dirección de la aspiración democrática», explica a Efe un diplomático europeo.

«Ambos son partidarios de dejar las cosas en manos de un hombre fuerte, como en Egipto, que combata sin freno alguno a los yihadistas. Y el único hombre fuerte con estas características es Hafter», subraya el responsable, que prefiere no ser identificado.

Dos razones apoyan esta teoría: una, el rápido avance militar del mariscal, que en septiembre arrebató a sus enemigos el control de los principales recursos petroleros.

Aunque sigue embarrado en la conquista de Bengazi, ciudad que asedia desde mayo de 2014, ha contenido también el avance yihadista en la región este y domina cerca del 70 por ciento del territorio libio.

Y dos, el imparable deterioro del plan de reconciliación aprobado por Naciones Unidas en diciembre de 2015 y que el mariscal se ha dedicado a torpedear gracias a su gran influencia en el Parlamento de Tobruk.

«Más allá de esto, reiniciar el proceso de paz es imperativo. El intento de implementar el acuerdo de Skhirat sin el apoyo del Parlamento y excluyendo a Hafter debe acabar», argumentaba esta semana el instituto de análisis «Crisis Group».

Una oportunidad más para un hombre que dice que no depondrá las armas hasta que vuelva Trípoli.

La apreciación de Trump y Putin por los hombres fuertes también parece gustar en Argelia, cuyo presidente, Abdelaziz Bouteflika, se apresuró a felicitar con entusiasmo al presidente electo.

Acorralado por una profunda crisis económica fruto del desplome del petróleo y sumido en la incertidumbre sobre la salud real del mandatario y sobre su sucesión, el régimen argelino confía en que Trump retome el apoyo a la industria petrolera y apueste por el no intervencionismo.

«Habrá una mayor margen de maniobra (interno y externo) sin temor a la intervención de EEUU. Bouteflika podría aspirar a un quinto mandato sin el riesgo de disgustar a los estadounidenses», argumentaba ayer el diario digital local Tout sur lAgerie.

Más dudas plantea Túnez, única nación de la zona en la que el proceso revolucionario ha desembocado en una transición hacia la democracia.

Casi garantizada la continuidad de la cooperación que ambos han emprendido en materia de lucha antiyihadista, falta saber que decidirá la nueva administración republicana frente al imparable auge y poder del nuevo islam político, encarnado en la transformación del partido Ennahda.

Si dejará que siga avanzando una opción política que Trump ha atacado con vehemencia, o si apostará por la vía laica que trata de capitalizar, desde las sombras del régimen derrocado, el hijo el actual presidente tunecino. EFE

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