La difícil tarea de volver a salir adelante tras el terremoto en Ecuador

ECUADOR, Portoviejo (2016/04/20). La ciudad después del Terremoto. Fotos API/JUAN CEVALLOS.

A un año del terrible temblor de 7,8 grados en la escala de Richter que sacudió el noroeste ecuatoriano, la zona más afectada comienza a arrancar de nuevo en gran parte gracias al trabajo y esfuerzo de miles de residentes que decidieron volver a poner en pie sus negocios.

Sueños, esperanzas y un futuro mejor se vinieron abajo en los poco más de 45 segundos que le tomó al sismo del 16 de abril acabar con la vida de 670 personas y dejar importantes ciudades del noroeste ecuatoriano prácticamente reducidas a escombros.

Las localidades más importantes y más castigadas de la zona recibieron mucha atención, como el caso de Pedernales, una de las ciudades más cercanas al epicentro y donde el terremoto se cobró la vida de más de 180 personas y arrasó con casi toda la infraestructura.

A día de hoy este conocido balneario costero ha recuperado parte de su vitalidad y lucha por hacer olvidar los miedos generados por la sacudida de hace un año.

Sin embargo, el optimismo de Pedernales desaparece en La Chorrera, a pocos kilómetros de la ciudad, y donde cientos de personas viven a pocos metros de la playa en casas improvisadas con maderas, plásticos y las pertenencias que pudieron salvar.

En muchas de estos pueblos de la zona no hubo que lamentar muertes pero sí gran cantidad de pérdidas materiales y una destrucción de pequeños negocios que dejó todavía más desprotegidos a sus habitantes.

Chamanga, a unos 50 kilómetros de Pedernales, es un ejemplo de esta situación.

Jefferson Angulo es de este pueblo «de toda la vida» -dice- y siempre se ha dedicado a cortar el pelo de sus vecinos en esta localidad de 5.000 habitantes.

Atiende en un establecimiento construido con madera, de poco más de dos metros cuadrados, y forrado con recortes de revistas de peluquería, en el que destacan futbolistas conocidos por su coquetería capilar como Cristiano Ronaldo o Neymar Junior.

«Yo la tenía allí (la peluquería) en el centro del pueblo, y el terremoto la tumbó, porque eso tumbó toda la fila de allá, y desde ahí pues trabajé en la calle, en una carpita, y trabajé, trabajé para hacer este quiosquito aquí», cuenta mientras maneja el peine y la maquina de rasurar sobre un cliente a toda velocidad.

Revela que el terreno en el que ha edificado su negocio es prestado pero que el establecimiento lo construyó él, con sus propias manos.

Aún así, reconoce que el trabajo «se ha puesto un poco pesado (difícil) y que la gente «está muy regada» (dispersada).

Como muchos, vive en uno de tantos albergues que el Gobierno ecuatoriano construyó en las semanas posteriores al temblor en varios puntos de esta zona del país, apoyo que Jefferson agradece.

«Sí han ayudado bastante (el Gobierno), porque antes aquí no había salud, agua y ahora se preocupan (…), creo que este terremoto gracias a dios en esta comunidad no le quitó la vida a ninguna persona pero ha dado una esperanza, porque hoy en día van a tener una casa segura, agua potable», afirma el peluquero.

A unos metros, José Luis Cabal no opina lo mismo. «Las ayudas no llegaron de inmediato para hacer reconstrucciones de negocios, hubo que improvisar, todo el mundo improvisó lo que es carpas» y adquirió medios para protegerse «de las lluvias, de los ladrones, proteger su integridad física, tanto personal como familiar», recuerda a las puertas de su ‘cibercafé’.

Esta zona de terreno «era mía y aquí estaba construida una casa, en la casa estaba incluido el negocio. Cuando fue el terremoto se destruyó todo, se destruyó negocio, máquinas de trabajo, la casa en sí, se perdió todo», recuerda.

Ahora vive en casa de un amigo y tras limpiar su parcela y rescatar parte de las computadoras vuelve a ofrecer servicios de internet en cinco de ellas, que espera que «pronto» sean diez.

En la isla de Muisne, a 75 kilómetros al norte, Marcela Corozo, 40 años, seis hijos y desempleada, cuenta que salvó a sus tres vástagos más pequeños al agarrarlos y saltar de su palafito de madera a tierra firme nada más notar el temblor.

La casa se vino toda abajo, pero de los escombros recogió las tablas de madera y el cinc que pudo.

Comenzó la reconstrucción en enero pasado y en marzo se volvió a trasladar con su familia a su nuevo hogar, aunque está lejos de estar contenta con la labor del Gobierno presidido por Rafael Correa.

«Más ayudaron empresas privadas que verdaderamente el Gobierno que tenía que ayudar. Nunca se le vio, aquí en Muisne, nunca se le vio la cara al señor presidente», asegura. EFE

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