Se acabó el tiempo del abuso

No sólo por que la actriz, periodista, presentadora de televisión, productora, filántropa y crítica de libros estadounidense, Oprah Winfreyrecibió el premio  Cecil B. de Mille, por ser “un ejemplo a seguir para mujeres y jóvenes” (premio que se otorga por primera vez a una mujer negra), sino por su discurso de agradecimiento que vino a ser algo así como la inauguración de una nueva era de empoderamiento femenino liderada por la que, probablemente, sea la mujer más amada y admirada del mundo.

Fue algo que ningún productor podría haber soñado captar con sus cámaras: ver a tantas brillantes y famosas estrellas de Hollywood, todas  vestidas de negro, (en señal de rechazo a los abusos a las mujeres y al silencio guardado durante tanto tiempo en la industria del cine), mirar hipnotizadas a Oprah mientras daba su discurso de agradecimiento por el premio, y asentir silenciosamente con la cabeza ante sus palabras, y entre lágrimas, ovacionarla de pie.

Yo soy una mujer ecuatoriana, que vive en Guayaquil, pero sé que a partir de anoche, el mundo no volverá a ser él mismo. Nosotras, las de antes ya no seremos las mismas. Se acabó el tiempo. Gracias Oprah, y gracias a todas las mujeres que rompieron la vergüenza y dijeron «Yo también».

«Así eran las cosas», nos decían. Era inevitable. Tan inevitable como que regresaras empapada si olvidabas tu paraguas un invierno cualquiera en Guayaquil. Tan inevitable como que al doctor Juvenal Urbino, el olor de las almendras amargas le recordara siempre el triste destino de los amores contrariados.

Ahora mismo tengo que salir por las calles del centro, y se me encoge el estómago, porque hay una calle por la que debo pasar, donde siempre está un señor que me saluda con una inclinación de cabeza y un «buenas tardes, mi reina», lo que no fuera malo sino porque desde que me divisa una cuadra antes de donde él está, hasta que he entrado al edificio al que voy, sentiré clavada en mí su mirada sin el más leve disimulo y no habrá nada que yo pueda hacer, excepto tragar fuerte y apretar el paso. Me recuerdo a mí misma que debo tomar otra calle, aunque me demore más, pero a veces me olvido o tengo apuro, y cuando lo veo, me arrepiento de haber vuelto a pasar y me digo que no me voy a volver a olvidar.

Pasé hace poco unos días de vacaciones en Río de Janeiro, y en una salida encontré en la estación del metro un vagón color fucsia, que me llamó la atención y sin pensarlo me embarqué allí, y me encontré con que sólo estábamos cinco mujeres en todo el vagón. No puedo explicar la satisfacción que me dio, no sabía a quien agradecerle mi suerte, me sentía radiantemente feliz de hacer mi recorrido de turista en un vagón de metro con una mamá con su hijita pequeña y dos jovencitas, aparentemente, estudiantes. Sólo cuando me bajé y me fijé bien, me di cuenta de que era el vagón especial de mujeres que se puede usar en las horas pico, precisamente para evitar los acosos sexuales en el metro. ¡Qué sensación de seguridad y de dicha! No tener que estar con el bolso por delante bien agarrado, mirando por todas partes y muy atenta de apartarme de cualquiera que luciera con intenciones de acercarse demás.

Nunca se ha hablado mucho de esto. Se cuenta en voz baja entre mujeres, no se hacen muchas preguntas, sino sólo del tipo: «¿dónde estabas cuando ocurrió? ¿Te hizo daño?» O se dan consejos: «no vuelvas a salir tan tarde sola», «no vayas a pasar por las tiendas de barrio donde hay borrachos», «no andes con tacos para que puedas correr», o «lleva un silbato». No es algo que se mencione a los hombres de la familia, para que no se enfaden o la tomen contigo, que después de la metida de pata de Eva en el paraíso todas quedamos medio en tela de duda.

El acosador de mujeres es como el hombre que despelleja a los gatos. ¿Por qué lo hace? Porque puede.

No creo que haya ninguna mujer que no haya pasado por eso: todas sabemos muy bien lo que es el pellizco, el manoseo, la verborrea denigrante, la mirada lasciva, la risa sarcástica… Es aterrador, doloroso y humillante que tu equipo de hembra te ponga en situación de peligro. En la calle, en la oficina, en el consultorio médico, en los viajes, en la propia casa, etc. Recuerdo todavía con profunda  indignación, aunque ocurrió hace varios años, que en la recepción de un matrimonio, cuando hacía la fila para felicitar a los novios, se me acercó un conocido de mi época de muchacha y  me sobó los brazos y la espalda durante no sé cuántos minutos, mientras yo lo miraba estupefacta, helada y paralizada.

Pero, se acabó el tiempo del abuso, las mujeres nos hemos unido, hemos perdido el miedo y la vergüenza. La consciencia de la sociedad ha evolucionado. Las mujeres hemos dicho basta y ésto es un punto de inflexión, de ahora en adelante,  no habrá marcha atrás.

#YoTambién

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