Sobre desigualdad y pobreza

En su artículo, Bucaram dice parecerle inverosímil atacar el problema de la pobreza antes que el de la desigualdad viviendo yo “en el área geográfica más desigual del planeta: Latinoamérica”.

Ciertos académicos, entre los que pareciera encontrarse el señor Bucaram, ven la desigualdad como una causa de los procesos económicos, políticos y sociales. Otros dicen que la desigualdad es una consecuencia. Según el economista Premio Nobel Angus Deaton, “la desigualdad algunas veces puede reflejar algunos problemas sociales. Pero puede ser un reflejo del progreso social también, y algunas supuestas curas de la desigualdad son mucho peores que la enfermedad”. No puedo sino coincidir con Deaton y el ejemplo más claro es Venezuela, cuyo remedio de la distribución para “curar” la desigualdad, hoy les cuesta muy caro.

La postura de mi artículo justamente propone que enfocarse en comparar el estatus económico de un grupo con el de otro es un análisis superficial que nos aparta de lo que debería ser el verdadero propósito: eliminar la pobreza.

Incurre en este análisis la polémica ONG británica OXFAM, que en su siempre controversial informe anual realiza una crítica a la riqueza en aras de la desigualdad. En su último informe sostiene que solo ocho personas poseen la misma riqueza que el 50% más pobre de la población mundial. Esto es correcto, por cierto, pero también lo es decir que si un niño de 8 años vende limonadas o limpia zapatos y gana $15, es más rico que dos mil millones de personas en el mundo. O que un ecuatoriano con el sueldo básico de $386 es más rico que mil millones de personas en el mundo.

Lo absurdo de este análisis, es que deviene en propuestas como la que plantea OXFAM: tomar dinero de los ricos y dárselo a los pobres, como si el problema fuera que un grupo fuera “rico” y no que el otro viva en pobreza extrema. Así, dependiendo de lo aleatorio de la división, se justificaría quitarle dinero no solo a los ricos sino al niño de la limonada o al albañil ecuatoriano para dárselo a los pobres. Todo depende de quién, el político de turno, decida quien es el rico al que hay que quitarle su riqueza.

Estas “soluciones”, no resuelven ni el verdadero problema de la pobreza ni mucho menos el supuesto problema de la desigualdad. OXFAM hace pocos años dijo que Venezuela estaba haciendo las cosas bien porque estaba distribuyendo la riqueza. Bucaram coincidirá que esta afirmación es hoy en día impensable.

¿Pero por qué no debe satanizarse la desigualdad? Porque así como esta puede derivar del mercantilismo o del intervencionismo, también puede ser el resultado del progreso social, como dice Deaton. Muchos se han enriquecido incrementando la brecha de la desigualdad pero dándole calidad de vida a otros. La ciencia y la apertura comercial, por ejemplo son factores que explican tanto el (moderado) incremento de la desigualdad en Occidente como, en el conjunto del planeta, la mayor reducción de la pobreza en la historia de la humanidad. Que en el proceso Bill Gates, Jeff Bezos o Steve Jobs sean infinitivamente más ricos y sus ingresos más desiguales que los empleados a los que sacaron de la pobreza, no debería ser un problema. Por el contrario, las políticas públicas debieran enfocarse en fomentar e incentivar a quienes idean, invierten e implementan cambios económicos que mejoran la calidad de vida de miles y millones de personas, aún si esto supone que estos se vuelvan más desiguales.

China es un excelente ejemplo de esto: según el Banco Mundial en su informe anual sobre la pobreza global, en 1987, en China había 660 millones de pobres. Tras la apertura económica, esa cifra cayó a 25 millones. Los 635 millones de chinos que han abandonado la pobreza en los últimos treinta años deben estar contentos con esa apertura económica. China es además el país donde más millonarios se crean cada año y donde más crece la clase media, y gracias a esa prosperidad se da una desigualdad creciente que, aún cuando Bucaram disienta, es una excelente noticia. Son millones de pobres que dejan de serlo, algunos pasan a la clase media y unos cuantos que, gracias al progreso, son millonarios. Los igualitaristas ven esto como una catástrofe, mientras que quienes vemos a más gente salir de la pobreza, no podemos sino alegrarnos, a pesar del incremento de la desigualdad.

Por otro lado, dice Bucaram “se ha encontrado que las políticas de reducción de la desigualdad tienen un mayor impacto en el crecimiento económico que otro tipo de políticas, tales como las enfocadas en promover mayor apertura comercial, mayor inversión extranjera, etc”. Lamentablemente la realidad no concuerda con esta afirmación pues países como Albania, Bielorrusia, Irak, Kazajistán, Kosovo, Moldavia, Tayikistán o Ucrania son sociedades con una distribución bastante igualitaria pero con niveles de pobreza altos. Mientras que Chile, Estonia, Hong Kong o Singapur, pese a ser sociedades mucho más desiguales cuentan con un crecimiento económico envidiable. Y si hay algo que caracteriza a estos países son su apertura comercial y su alta inversión extranjera. ¿Políticas redistributivas? No. Quizá están más ocupados en mejorar la calidad de vida de los más pobres.

Bucaram termina diciendo que el Socialismo del Siglo XXI es resultado de la desigualdad. Sin embargo el Socialismo del Siglo XXI es justamente la consecuencia de la política de redistribución y supuesta eliminación de la desigualdad, pregonada en este país desde antes de la llegada del Correísmo. En aras de la redistribución, los gobiernos (incluido el de la Revolución Ciudadana) redistribuían los ingresos entre sus amigos, asignaban mercantilmente recursos públicos e intervenían, con la excusa de la igualdad, en mercados para terminar favoreciendo a los mejor conectados. La lucha contra la desigualdad ha sido la excusa que siempre se ha utilizado para intervenir en la economía, generando ahí sí una desigualdad artificial y perjudicial para el país.

Obsesionarse acerca de la desigualdad distorsiona nuestras prioridades alejándolas de lo que realmente importa: la reducción de la pobreza y el aumento de los estándares de vida de los más necesitados. Quienes se angustian por la desigualdad, asumen que es un efecto perverso, no una consecuencia de la prosperidad, como lo es en muchos casos.

Decía Pedro Schwartz, laureado economista español: “no me importa la desigualdad, porque no soy envidioso. Me importa la pobreza”.

Más relacionadas