Armando Valladares, o la victoria del espíritu humano

De izq. a der.:Marcel Feraud y Armando Valladares.

Guayaquil.- Armando Valladares (Cuba, 1937), el escritor y poeta que permaneció prisionero en las cárceles cubanas durante 22 años por negarse a firmar su apoyo a Fidel Castro, visitó Guayaquil para entevistar  en prisión al ex asambleísta Galo Lara Yépez como director del  Interamerican Institute for Democracy. 

Se hizo famoso con su primer libro que se llamó «Desde mi silla de ruedas» (1976), luego vinieron «El Corazón Con Que Vivo: Nuevos Poemas y Relatos desde mi Silla de Ruedas» (1980), «Prisionero de Castro» (1982), obra que mereció  el premio de la Libertad que concede el Pen Club francés,  «Cavernas del Silencio» (1983), «Contra Toda Esperanza: 22 Años en el Gulag de las Américas» (1985), «El Alma de un Poeta» (1988).

Valladares fue embajador de Estados Unidos ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, durante los gobiernos de Bush y de Reagan.

La República tuvo el privilegio de disfrutar de unos momentos conversación con él antes de que saliera rumbo al aeropuerto.

LR: Usted es una persona que ha sufrido mucho, que ha pasado por muchísimas cosas duras sin perder su espíritu, alguien que es una inspiración para muchas personas, yo quisiera que me cuente un poquito cómo pudo soportar todo ese dolor y qué consejos nos puede usted dar.

AV: Si a mí alguien me hubiera dicho el día que me arrestaron: «mira, todo eso es lo que tú vas a pasar en 22 años», y me hubiera puesto una película, posiblemente yo hubiera enloquecido en ese momento, yo no me hubiera creído capaz de poder pasar todas esas pruebas que me estaba poniendo Dios, porque yo soy un hombre con unas creencias religiosas. Sin embargo, todo ser humano tiene dentro de sí una serie de fuerzas que en la vida normal no tiene necesidad de sacarlas a pelear, mucha gente me dice yo no sé como tú has podido resistir todo eso, y yo les digo todos ustedes pueden hacerlo, lo que pasa es que en la vida normal tú no te ves en esa situación, y no solamente los hombres, las mujeres también, hubo mujeres que estuvieron 20, 25 años plantadas en la cárcel, y eso es diez mil millones de veces peor de lo que es la cárcel para un hombre.

Cuando tú tienes una formación, cuando tú tienes unos valores, cuando tú estás convencido de que estás en el lado correcto, cuándo sabes que la razón está de tu parte, eso te da una fuerza extraordinaria, y esa fuerza la tuve siempre, si me preguntas cuáles fueron las fuerzas que permitieron que yo resista te diría que fueron, en primer lugar, la convicción de que yo estaba del lado correcto, la segunda mi fe, como no ha habido un sólo acto de la humanidad individual o colectivo que no haya necesitado una gran dosis de fe, y en tercero, y el apoyo y amor de mi familia y en especial de mi esposa Marta, que fue la que me sacó de la cárcel.

 Yo la conocí a ella cuando tenía 14 años apenas, cuando fue a visitar a su papá que era mi compañero de celda, yo le llevo a ella diez años, nos conocimos ahí y empezamos, pues, a tener clandestinamente comunicaciones por cartas y demás, y llegó un momento en que sabíamos que eso iba a terminar en un compromiso, y en una visita yo le dije: «bueno, mira, yo tengo 30 años de condena, no me voy a rehabilitar, así que yo creo que esto no debe seguir, porque son muchos años y es mucha vida», y ella me dijo: «No, yo te voy a esperar siempre», y esperó, no solamente sentada en su casa, como Penélope, la esposa de Ulises, que lo espero en la casa tejiendo, Marta se fue por el mundo de puerta en puerta, luchando por la libertad de su esposo, y logró que a los 22 años, el presidente de Francia, Francois Mitterrand, respondiera su carta y le pidiera a Castro mi libertad, así salí en libertad. Actualmente, estamos muy felices, tenemos tres hijos, el mayor tiene 32 el que le sigue tiene 30 y la niña tiene 28. Adoptados en España en el mismo día que nacieron, fueron para la casa con horas de nacidos, siempre nos bromeamos con Marisela, decimos que ella llegó vieja, porque estábamos en Miami, y vivíamos en España y la mamá se adelantó en el parto, y hasta que cambiamos los billetes y todo, fue para la casa con tres días de nacida.

AV: Y entonces, pues, esos fueron unos años terribles, por toda la violencia en las cárceles cubanas, los golpes, las torturas, las incomunicaciones, la negación de asistencia médica, de correspondencia, de sol, campo de trabajos forzados, yo tuve ocho años en una celda que medía diez pies de alto por cuatro pies de ancho, en la ventana una plancha de metal con tres huequitos que cabía este dedo, pero éste no cabía, y la puerta igual, una plancha de acero, que abajo tenía una lampita y por allí metían la comida. Ocho años sin salir nunca, sin ver la luz del sol, sin ver luz artificial, durmiendo en el suelo sin ropa, durmiendo sobre mis propios excrementos, porque llegó un momento que un hueco que había en una esquina, se desbordó, como no había agua corriente, allí cada ocho o nueve meses abrían la ducha, era un tubito que salía de allí, cuando ese chorro caía ahí en esos excrementos se salpicaba todo y quedaba en todas las paredes de la selva el excremento. Nunca en esa situación, en la penumbra de una celda, viviendo como un animal, nunca, nunca, nunca me faltó la fe. Nunca. Y yo decía, uno puede vivir en un rincón de una celda oscura, cerrar los ojos, y repetir el milagro bíblico de llenarte de luz por dentro, y ese mundo nadie le puede poner cerrojos ni alambradas, candados, ni límites, pues yo podía vivir en esos mundos, me escapaba a esos mundos, soñaba con el futuro, siempre estuve seguro de que iba a salir de la cárcel, que iba a salir vivo.

LR: Es decir que usted siempre mantuvo su optimismo.

AV:  Estaba seguro que iba a salir de la cárcel y que iba a escribir un libro que iba a ser un éxito en el mundo. Lo que sí jamás imaginé era que me iban a nombrar embajador de Estados Unidos, porque eso sí que no había manera de nadie se pudiera imaginar eso.

(risas)

AV: Entonces, ese fue un año terrible, de incomunicación total, vi a Marta 12 veces en esos años.

LR: Eso sí es una bendición enorme, un amor tan grande y tan verdadero, en esas condiciones.

AV: La verdadera heroína de toda esta historia es Marta. 

MR: Fue como un ángel también para usted.

AV: Así es. No es lo mismo esperar cuando nadie te está esperando, que resistir cuando sabes que hay alguien que te apoya, que está esperando por ti, que tiene un sueño, que tienen ilusiones, que han hablado de cuántos hijos van a tener, ahí no pudimos, porque íbamos a tener cinco cinco y nomás tuvimos tres.

MR: Una vez leí que a unos prisioneros en algún campo de concentración les mentían los  guardias diciéndoles que sus esposas querían el divorcio, que sus hijos no querían saber nada de ellos, que sus amigos los habían olvidado y esas personas se acostaban a dormir de noche y ya no se despertaban. De la pena, ya nomás se morían, les quebraban así el alma.

AV: A nosotros no pudieron quebrarnos aunque hicieron toooodo lo posible por hacer eso. ¿Entonces, cómo podía yo hacer para salir de esa situación? Bueno, tenía yo que firmar un papel. Ese papel decía que todos los valores en los que yo había creído eran valores falsos, que todos los principios que yo creía eran burgueses, falsos, y sobre todo que Dios no existía, que esa era una idea oscurantista del pasado. Que yo  pedía que me dieran la oportunidad de enderezar en la nueva sociedad comunista  para ser un hombre nuevo. Si yo firmaba ese papel me iba en libertad y se acababa todo eso. Pero para mí eso significaba un suicidio espiritual, yo no podía firmar eso. Y por esta razón seguí en la cárcel, yo estuve años, años, sin ropa porque quisieron ponerme la ropa de los criminales comunes, eso mismo que han hecho con Galo Lara, quisieron hacerlo de manera general con los presos, vestirnos con el uniforme de los presos criminales, y entonces los disolvían en los más de doscientas cárceles que había en todo el país y decían ya aquí no hay presos antirevolucionarios. Yo estuve desde el 67 hasta el 82 sin ropa. Escucha esto, una de las cosas más incómodas para mí fue cuando me puse un pantalón, no lo resistía. Había un tiempo en que teníamos un calzoncillo, la mayor parte del tiempo, desnudo.

MR;  ¿Y cuándo iban a visitarlo?

AV:  Yo tuve 12 visitas en 22 años, hubo épocas cuando estábamos en plenos trabajos forzados en que nos daban visitas muy frecuentes, fundamentalmente, para que la familia nos llevara alimentos, porque la prisión no tenía lo suficiente. Trabajábamos desde las 5 ó 6 de la madrugada hasta las cuatro de la tarde, en la cantera picando piedras, y el caldo que te daban allí no era suficiente, entonces permitían que la familia de uno llegara con unas jabas llenas de cosas y comidas. Allí sí nos daban visitas, tuvimos así como dos años, que daban visitas todos los meses y períodos como ése de los 8 años en una celda que nunca vi a nadie.

MR; ¿Y cómo hacía para no volverse loco?

AV: Bueno para no volverme loco, pensaba muchísimo, en uno de mis últimos encierros, como yo ya había tenido una experiencia cuando yo me fugué de la prisión, estuve tres días fugado, me metieron en una celda de castigo, y en esa celda la nave tenía un puntal alto, la celda no llegaba hasta arriba, eran como divisiones y esas divisiones quedaban abiertas y los guardias caminaban por allí con la famosa espada Ho Chi Minh, que las utilizaron con los presos americanos en Vietnam, eran un palo con punta, con la que los guardias caminaban por encima del techo  y te pinchaban, para no dejarte dormir. Cuando nos fugamos y se descubrió, al guardia lo castigaron y el castigo fue que nos fuera a cuidar a nosotros en la celda de castigo y este guardia lo que hizo fue que se iba al pabellón de los presos criminales con una cubeta para que defecaran y orinaran allí, y cuando eso estaba lleno lo revolvía y nos echaba eso por encima, yo sé el sabor que tienen los orines y excrementos de otros hombres porque me los tenía que quitar de encima, y después no había ducha. Y así, pues, nada, nunca me faltó la fe, jamás, jamás. 

En los dos últimos años de encierro ya eso no pasó, estuvimos fue incomunicados totalmente pero ni me daban golpe, me daban una comida extraordinaria, me daban pollo asado todos los días y un litro de leche, eso era inconcebible, yo no lo sabía pero ya estaban preparándome para ponerme en libertad, fíjate como sería eso que después de esa dieta cuando yo salí pesaba 123 libras, y ya estaba para ellos recuperado, y ahora peso 160, así que imagínate cómo estaría yo. En el video se ve, estaba allí hecho un esqueleto.

Ese fue un tiempo de incomunicación total en una habitación con el techo y las paredes pintadas de blanco brillante y doce tubos de neón en el techo, se sabe que bajo las luces perpetuas el sujeto duerme, pero no descansa, se va desbaratando el cerebro y para no volverme loco, como tú dices, empecé a organizar mi tiempo. Yo he sido siempre muy estudioso, en la cárcel en una época entraron muchos libros, yo leí muchísimo en esa época, entonces empecé a dar conferencias  a un auditorio imaginario de todas las cosas que yo sabía: «hoy vamos a hablar de las edades eólicas de la tierra». Y no solamente daba clases, respondía preguntas también. Cuando el guardia oyó esas conversaciones, miró así por la ranura, y me imagino que dijo «este ya se volvió loco completo». Y yo ahí con mis charlas, las di todos los días, y ahí fue donde compuse un libro, porque como estaba todo tapiado pues yo solamente podía guiarme por lo que escuchaba, lo primero que hice fue coger las medias, que tenía medias, un calzoncillo y una toalla, agarré las medias y me las puse en los ojos para ver si me escapaba de la luz, y cuando me vieron me quitaron las medias. Y si te metes debajo de la colchoneta te quitamos la colchoneta, me dijeron.

MR: ¿Y no podía ponerse cabeza abajo?

AV: Sí, pero no te puedes escapar de esa luz, esa es la más científica de todas las torturas y la peor de todas. Para mí ese era el día eterno, allí no había noche. La primera poesía que yo compuse decía: «Ahora no tengo noches, todo mi tiempo es día, un día artificial de luces encendidas, presiento que allá afuera hay un rumor de estrellas y nubes, y una luna que navega entre ellas. Pero sólo presiento.» Y ahí tuve la primera poesía, y así repitiendo tuve el libro completo, y todos los días repetía, 30, 50, 60 veces esas poesías que están en un libro mío que se llama «El alma de un poeta«. Yo sabía qué día era porque repetía mentalmente «yo llegué el aquí el dos de agosto de 1980, cuando llevaba un año decía yo llegué aquí el 2 de agosto de 1980, lunes, hoy es martes, llevo aquí 366 días».

MR: ¿Cómo podía saber qué día era?

AV: A mí me llevan a la prisión del Combinado del Este, y el hospital estaba dentro de la prisión y yo sabía y conocía los ruidos, la primera vez que me llevaron allí me dieron drogas y yo me despierto  así medio atontado, y el guardia me toca «oye, oye, oye, dale que aquí está el desayuno. ¿El desayuno? Pero en ese momento escucho en la lejanía el toque de corneta de las 9 de la noche, que es silencio en toda la prisión.

MR: Eso es parte del placer para ellos, que no sepas en qué día vives.

AV: ¡Claro! Perderte en el tiempo y en el espacio. Entraba el psiquiatra con un reloj con la hora falsa, me hacía el que estaba muy ansioso mirándole la hora y un día no viene con el reloj, y le digo «¿doctor qué pasó con el reloj?» y me dice «sabe que me han prohibido entrar el reloj. Éste es un canalla.  Un canalla absoluto. Un día trae un jean y tenía el reloj en el bolsillo y lo haló así, como para conspirar con el paciente, como  para que yo viera la hora, que era la hora falsa.

En ese tiempo, armaron un gimnasio para darme tratamiento, porque ya ellos me estaban preparando para ponerme en libertad y me habían llevado a un hospital de rehabilitación, porque tuve seis años en silla de ruedas, nos negaron el alimento a un grupo 43 días y 5 quedamos en silla de ruedas, uno de ellos irreversible, que está en silla de ruedas todavía. Entonces yo ya estaba caminando bien, y vino lo de Mariel y me regresan a la cárcel, yo no sabía, pero me estaban preparando para ponerme en libertad, porque Castro había dicho que tenía que salir caminando. Y entonces preparan ese gimnasio, y cuando están dándome en secreto ese tratamiento le dicen a mi familia que me voy a quedar inválido para toda la vida, que yo no quiero aceptar el tratamiento, y mi familia está informando  eso y para que despúes que yo salga caminando, quede mal.

El relato estremecedor de Armando me recuerda la historia de Job y su famosa paciencia, cuando él se negó a maldecir a Dios y tuvo que soportar toda la crueldad del demonio. Pienso que la cordura, salud y dicha actual de Armando no sólo es su victoria, sino la de toda la especie humana.

Recuerdo haber leído hace muchos años, historias sobre las cárceles cubanas en la revista revista Selecciones que me hicieron  llorar y orar por esos prisioneros. Hoy,  que el destino quiso que nuestros caminos se cruzaran inesperadamente, quiero pensar que mis plegarias pudieron haberlo ayudado en esos terribles días sin final. (F)

Por María Rosa Jurado

 

 

 

 

 

 

 

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