Sumisos, esperando magia

No les importa que el Gobierno siga cavando el hueco fiscal, endeudándose más, mientras que les siga hablando con palabras como “austeridad” e “incentivos tributarios”. Ya vamos al segundo año de este embelesamiento. No obstante, esperan que aunque no se ataque la raíz del problema –que es el excesivo gasto público– se den resultados “mágicos”.

El economista Roberto Cachanosky señala que en Argentina, muchos dicen que (1) no se puede bajar el gasto público hasta que crezca la economía y que (2) no se puede bajar mucho la carga tributaria hasta que se reduzca el déficit fiscal. Pero esto ignora lo que él denomina el círculo vicioso del gasto público y el crecimiento. Todos sabían en Argentina, como lo sabemos en Ecuador, que no vendrán inversiones significativas si no se reduce la carga tributaria y regulatoria de forma general, no extremadamente selectiva como se propone en el proyecto de ley presentado a la Asamblea. Pero en Argentina pensaron que con la mera presencia de Macri las inversiones iban a llover, solo por el hecho de no ser Kirchner. Acá sucede algo similar. En Argentina se dieron cuenta dos años y medio después de que se necesitaba más que un cambio de rostro, tenían que reducir el gasto y es eso lo que finalmente convinieron con el FMI.

Tampoco crea que la solución es el FMI. Como señala el economista Adrián Ravier: “Los acuerdos [con el FMI] han sido siempre atractivos en sus planteos, pero las promesas incumplidas han sido la norma. Basta que el Gobierno firme el acuerdo y reciba los desembolsos para que se interrumpan los recortes fiscales. Las condiciones se renegocian una y otra vez hasta que el organismo se retira y en la Argentina queda una crisis económica, política y social. Primer mensaje: la Argentina no resuelve sus desequilibrios por el acuerdo con el FMI, sino con el cumplimiento de las metas anunciadas”.

La raíz de la crisis fiscal es el gasto público excesivo, no es la falta de ingresos, ni la apreciación del dólar, ni la caída del precio del petróleo. Este abultado gasto excesivo ha derivado en un acelerado e insostenible endeudamiento público. El gasto en pago de intereses de la deuda pública ha pasado de consumir 3,8% de los ingresos en 2010 a 13,7% en 2017. El sector público y sus defensores (hoy muchos están en el sector privado) dicen que este debe mantener su nivel de gasto porque si no sufrirá el crecimiento, pero ignoran que el gasto público hace rato que se volvió un lastre en lugar de un estímulo para la economía.

Está bien abrirse al comercio, restablecer la responsabilidad limitada de accionistas –que por cierto son cosas “normales” en países de primer mundo y en aquellos que están creciendo rápidamente–, pero si no se detiene la hemorragia fiscal reduciendo el gasto, el paciente igual puede morirse.

Los planes de ajuste que comprenden mayormente recortes del gasto público han comprometido menos el crecimiento del PIB que otras estrategias recaudatorias. Puede ser que no estemos de acuerdo en este punto, pero por lo menos dejemos de ignorar al elefante en la habitación: un Estado obeso. (O)

* El texto de Gabriela Calderón ha sido publicado originalmente en el diario El Universo.

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