El hombre de la máscara

Carlos Jijón
Quito, Ecuador

El cabo segundo de Policía Johnny Casalombo Mantilla fue capturado la mañana del 30 de mayo de 2013. Había salido de su casa a su trabajo cuando un vehículo policial lo interceptó y lo llevaron detenido bajo la acusación de ser el hombre de la máscara al que el presidente de la República, Rafael Correa, había acusado en una sabatina de haber intentado asesinarlo la fatídica noche del 30 de septiembre de 2010.

El hombre de la máscara era un sujeto no identificado que aparecía en una de fotografía que la prensa oficial mostró en esos días y que junto a un audio, en el que supuestamente se escuchaba a agentes policiales arengando para asesinar a Correa, eran las pruebas más importantes que el régimen exhibía para asegurar que los graves hechos que se suscitaron esa noche no eran un invento del gobierno para justificar una actitud irresponsable que había terminado en muertos inocentes, sino una conspiración para dar un golpe de Estado mediante el asesinato del primer mandatario.

Nadie sabía quién era el hombre de la máscara cuando Correa ordenó capturarlo. Pero tres meses después que el Ministerio del Interior, liderado por José Serrano, ofreció 50 mil dólares de recompensa a quien dé información sobre la identidad del sujeto que aparecía en la foto, se capturó a Johnny Casalombo, de 37 años, a quien un desconocido (al que la prensa oficial identificó como “Osvaldo L.”) delató a cambio del dinero. Había un solo problema: ese 30 de septiembre Casalombo no se hallaba en Quito, sino en Ventanas, provincia de Los Ríos, donde esa mañana había sido operado en el Hospital Jaime Roldós Aguilera, después que el día anterior fuera atropellado por un carro y sufriera la fractura de un fémur.

Nunca se conoció la identidad del hombre que acusó a Casalombo, y si llegó a cobrar la recompensa ofrecida, pero el juez sexto de garantías penales, Franz Valverde Gutiérrez, reacio a aceptar la realidad, siguió adelante con el proceso por intento de magnicidio, delito por el cual el agente fiscal Gustavo Benítez pidió una pena de reclusión de doce años. Esa misma semana la Policía le dio de baja, y de nada sirvió que en los días siguientes declararan el médico que lo operó, el que le puso la anestesia, las enfermeras que lo atendieron, el mostrar los certificados oficiales de las fechas de ingreso y salida de Johnny Casalombo del hospital. El acusado siguió detenido y el proceso siguió su curso ante la indiferencia del país hasta que tres meses después, llegado el momento de dictar sentencia, el juez no pudo contra tanta evidencia y lo declaró inocente.

Permítaseme recordar esta historia y continuar con este ejercicio de memoria mientras el país se esfuerza por olvidar estos diez años, y se sumerge en la discusión sobre la libertad de cátedra de un profesor universitario que defiende la dictadura de Maduro, o si los periodistas de La Posta hicieron o no periodismo al viajar hasta Lovaina para depositar un montón de cartas en el buzón del edificio donde ahora vive Correa. Prohibido olvidar. Mi opinión es que Luis Eduardo Vivanco está haciendo periodismo y que el profesor del Instituto de Altos Estudios Nacionales está bien destituido. Y juzgo también indispensable no olvidar a las víctimas de tanta injusticia ni a los victimarios.

Lo que sucedió después fue aún más atroz. Indignado por la liberación de Johnny Casalombo, Correa vociferó la siguiente sabatina, tres días después, que daba un mes de plazo para que el verdadero culpable sea capturado. Yo sospecho que tanto el hombre de la máscara como el audio de la radio patrulla no eran más que otros montajes propagandísticos de la Secretaría de Comunicación. Pero un día antes de que se venza el plazo dispuesto por el Presidente, en diciembre de 2013, la Policía capturó en Latacunga a otro hombre, el policía Vinicio Carvajal, a quien el agente fiscal Gustavo Benítez acusó entonces de ser el verdadero sujeto de la máscara.

Vinicio Carvajal no tenía la suerte de haber sido atropellado el 29 de septiembre, que le fracturen el fémur, y haber sido operado el 30. Para su desgracia, había estado en Quito esa tarde, y aunque su mujer testificó que el día de autos estaba con ella en la casa en que vivían juntos, un comité de expertos emitió un informe pericial en que se dictaminaba que sus rasgos faciales eran idénticos a los del hombre que cubría su rostro, y cuya imagen aparecía en la borrosa fotografía. Carvajal, que siempre había proclamado su inocencia, fue sentenciado a doce años de prisión por el mismo juez sexto de garantías penales de Pichincha, Franz Valverde Gutiérrez.

Yo, que había seguido el caso con horror, le perdí la pista hasta que lo recordé hace un par de semanas mientras escribía sobre otras infamias. Leyendo en los archivos veo que, finalmente doblegado, Carvajal terminó pidiendo públicamente perdón por unas acciones que en su momento negó haber cometido. Pero que haya pedido perdón públicamente era una de las condiciones impuestas por Correa para que esas víctimas, que yo creo él sabía a ciencia cierta que eran inocentes, pudieran aplicar para un programa de indultos.

Vinicio Carvajal fue indultado el 1 de abril de 2015, tras cumplir un año y tres meses de la pena de doce años a la que había sido condenado. Una fotografía lo muestra a la salida de la cárcel abrazando a su hijo, un niño que aparenta tener poco más de un año, mientras desde atrás su mujer se aferra a ambos con angustia. No sé qué será de él. Un manto de olvido cubre su triste historia.

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