Los drones de Maduro, la sordomuda y el 30S

Carlos Jijón
Quito, Ecuador

La primera de las grandes fuerzas que mueven al mundo es la mentira. La frase es de Jean-François Revel, en El conocimiento inútil (1988), y la he recordado tras leer las noticias sobre el diputado venezolano Juan Requesens, capturado por los servicios de inteligencia del gobierno de Nicolás Maduro, tras ser acusado de ser parte de un supuesto atentado terrorista utilizando dos drones cargados de explosivos en medio de un desfile militar en Caracas, un sábado hace ya dos semanas, y que supuestamente dejó siete heridos.

Nadie vio los drones. Ni a los heridos (salvo una foto de un militar golpeado en la cabeza). Lo que se escuchó fue una explosión mientras Maduro decía en su discurso que había llegado el momento de recuperar la economía. Y que según se supo luego, provenía del estallido de una bombona de gas, en un incendio ocurrido a una cuadra del desfile. Pero los servicios de seguridad cubrieron a Maduro con escudos y lo sacaron del escenario en precipitada fuga, a lo que siguió la estampida de los militares que, viendo a su comandante huir, rompieron filas y abandonaron el lugar a grandes zancadas.

No existe ningún indicio creíble de que alguien haya hecho explotar dos drones cargados de explosivos C4, como sostiene Maduro ante la prensa internacional. Los expertos dicen que si eso hubiera ocurrido la mortandad hubiera sido terrible. Pero aunque no hay ningún muerto ni herido de gravedad, medios tan serios como el diario El País, de España, repiten la patraña basados solo en la versión de un hombre que usualmente miente. Y es que la mentira es una herramienta poderosa. Lo escribo mientras recuerdo un episodio ocurrido mientras yo era director nacional de noticias de la cadena Ecuavisa.

Corría 2008. El presidente Rafael Correa había protagonizado un violento incidente durante una visita a la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, su alma mater (y la mía) cuando un grupo empezó a protestar por su presencia. Que estudiantes protesten pacíficamente contra alguien a quien repudian suele ser normal. Pero lo que no hubiera pasado de un incidente menor terminó en una gresca de proporciones con la fuerza pública apaleando a los jóvenes opositores. Esa noche, la Secretaría de Comunicación difundió una cadena en la que se veía a una de las chicas que se manifestaban contra Correa, insultando despectivamente a una mujer humilde que se tropezaba con ella. La imagen se detenía en el rostro de la muchacha, de tez blanca, rubia y ojos claros, mientras la inconfundible voz de Douglas Argüello sentenciaba: “Así menosprecian los pelucones de la Católica a la gente del pueblo”.

El video era chocante. Pero la realidad lo fue más. Al día siguiente los padres de esa joven se pusieron en contacto con el noticiero de Ecuavisa. La chica, cuya voz se escuchaba nítidamente insultando a la vendedora, había sido sordomuda de nacimiento. El médico que la atendía, quien junto a la muchacha fue entrevistado al día siguiente en el programa que conducía el periodista Carlos Vera, mostró los certificados y el carnet de minusvalidez. La muchacha no hablaba. La única explicación posible era que la voz que se escuchaba en el video era un montaje. Una actriz debió haber grabado las frases insultantes, seguramente escritas por un libretista, y un editor montó la voz. La SECOM de Fernando Alvarado era capaz de hacer hablar a una muda.

Y lo que en otro momento hubiera sido un escándalo de proporciones, pasó desapercibido. No recuerdo que ningún otro medio recogiera la noticia. Ningún asambleísta llamó al Secretario de Comunicación para que dé explicaciones. Como ocurre ahora en Venezuela, la verdad oficial se impuso. Por eso dudé, años después, de otro video difundido por la SECOM, en la que se escuchaba supuestamente la voz de unos policías que durante el 30S, llamaban por radiopatrulla para asesinar al Presidente Correa, y que el oficialismo utilizó como prueba de que ese día había ocurrido un intento de magnicidio.

Nunca nadie probó la autenticidad del audio, o como si el de la muda, fue forjado; pero junto a la fotografía de un hombre encapuchado, sirvió para que la Fiscalía acuse a un policía de intento de asesinato al Presidente de la República. Y se lo condene a ocho años de prisión basados en el único e increíble testimonio de unos peritos que aseguraron que los rasgos faciales del hombre coincidían con los del encapuchado. Hace tiempo le perdí la pista. El país miró hacia otro lado mientras se consumaba la injusticia. Es probable que siga preso.

Más relacionadas