Nueva Corte Constitucional

Eduardo Carmigniani
Guayaquil, Ecuador

Al margen de la discusión sobre las facultades del Consejo de Participación Transitorio para mandar a sus casas a los (menos que) comisarios que, hasta la semana anterior, y para vergüenza de la República, estuvieron ocupando las sillas de la Corte Constitucional, la realidad es que hoy se debe pasar a nombrar (verdaderos) jueces que desempeñen esas altísimas magistraturas. Es impensable que el Ecuador vuelva a permitirse tener jueces constitucionales que apenas entiendan español, por no abundar sobre los constantes cambios de “criterio” por muy claros motivos extraprocesales a los que se habían acostumbrado, hasta ahora impunemente.

Para ese propósito, la comisión a cargo de la designación de los nuevos jueces tiene un rol fundamental. Según la Constitución, esa comisión “estará integrada por dos personas nombradas por cada una de las funciones, Legislativa, Ejecutiva y de Transparencia y Control Social” (art. 434), quienes, según la ley de la materia (art. 179, 2º) deben reunir los mismos requisitos exigidos a los jueces constitucionales. Pero no se trata, tan solo, de reunir unos requisitos básicos (ser abogado, diez años de experiencia, etc.), pues no puede pasarse por alto que tales exigencias (formales) también las “cumplían” los exjueces, cuyos “méritos” para ejercer esos cargos son bien conocidos.

Lo esencial es que los calificadores sean (y quieran seguir siendo) independientes. Hay dos temas al respecto. Primero, el propio art. 179, 2º exige que las funciones del Estado respectivas hagan las designaciones “de fuera de su seno”, lo que es machacado, al final de ese mismo artículo, cuando se advierte que los miembros de la comisión “una vez que han sido nombrados actuarán con absoluta independencia de las autoridades nominadoras”. Segundo, una cuestión íntima, de decoro personal. Se requiere de personas que no deban nada a nadie, y que ni vayan para hacer favores ni teman negarse a hacerlos. Personas que, siguiendo a Pérez Reverte, tengan la “costumbre de hacer amigos”. Claro, para eso tiene que haber voluntad de nombrarlas.

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