Rumor, ignorancia, turba y barbarie

Allen Panchana Macay
Guayaquil, Ecuador

La palabra ignorancia puede ser, fonéticamente, agresiva. Pero es la más adecuada para definir lo ocurrido en Posorja, parroquia de Guayaquil, la tarde del 16 de octubre de 2018. Significa que ignora o desconoce de algo. Aquellos ciudadanos, irascibles, desconocían la realidad (los detenidos no eran secuestradores de niños) y también las leyes. En aquel lugar, acariciado por la brisa del Pacífico, hubo concierto para delinquir; daños a bienes públicos, agresiones a la autoridad (policías), tortura y un triple asesinato, perpetrado de la forma más atroz, como sacado de las fauces de la literatura del horror. Y una de las máximas jurídicas establece que el desconocimiento de la ley no exime de responsabilidades.

Parece inconcebible la barbarie que vivió Posorja, aún más en el siglo XXI, signado por la revolución de las telecomunicaciones, cuando el conocimiento está al alcance un click. Lo ocurrido allí es más grave de lo reportado. Eso nos dibuja como sociedad. Posorja puede ser, de hecho, el espejo de un cóctel que se puede mezclar en Ecuador: falsos rumores, ignorancia, turba y barbarie.

Conozco Posorja desde mi infancia. Por eso, aquellas escenas desgarradoras me dolieron profundamente. ¿Cómo un rincón al pie del mar se puede transformar en el reino del espanto? Los golpearon hasta destriparles las cabezas. Hasta matarlos atrozmente.

Usar el cliché “hicieron justicia por mano propia” es una aberración. Posorja no es Fuenteovejuna, la obra de Lope de Vega (publicada en 1618), cuando un pueblo castiga a muerte a su torturador. No. Posorja es la muestra de cómo la desinformación, manipulación o datos inventados afectan gravemente a una sociedad. Replicar sin verificar. Repetir frases sin contrastar. Reiterar lo que otros dicen sin dudar.

Parece que no superamos las creencias de que los marcianos pueden atacarnos: fue lo que ocurrió cuando Radio Quito transmitía, en febrero de 1949, la adaptación de la novela de ficción La guerra de los mundos de H.G. Wells. Se narraba, por ejemplo, la caída de meteoritos. Los oyentes pasaron del susto a la indignación cuando se enteraron que era obra de la literatura (ya se había hecho lo mismo una década antes en EEUU). Entonces, fueron hasta el edificio de radio Quito (donde también operaba diario El Comercio): lanzaron piedras y ladrillos. Luego prendieron fuego. La tragedia fue total, porque las llamas se alimentaron de las grasas, aceites y papel del periódico.

Casi 70 años después parece que hay una involución social. Radio Quito, como argumento a su favor, hacía una radionovela que fue mal interpretada por los oyenyes. En Posorja hubo premeditación, engaño y una banalidad del mal -parafraseando a Hannah Arendt- que hizo creer a un puñado de transeúntes en un mero cuento. Los habitantes de Posorja y el resto del país, ¿somos conscientes de que replicamos falsas cadenas de Whatsapp, Facebook o de cualquier red social?

Nos creemos el cuento rápidamente. Somos ignorantes. Y de paso, ingenuos. Por eso, hay gobiernos totalitarios -abanderados por la propaganda- que se eternizan en el poder. Los ejemplos sobran. Y por eso hay lugares como Posorja cuyos vecinos, queriendo ser héroes asaltando destacamentos policiales, se convierten en contumaces criminales.

Hago esta reflexión como un ciudadano crítico. Y si hablo del manejo del discurso desde el periodismo, el panorama es peor, más vergonzoso. Conocidos periodistas y presentadores de televisión, así como medios de comunicación, en sus redes sociales publicaban más o menos, irresponsablemente, lo mismo: “pueblo de Posorja se levanta indignado porque Policía quiere liberar a banda de secuestradores de niños. Noticia en desarrollo”.

El objeto de estudio del Periodismo es la noticia. Y para que un hecho tenga las características de noticiable requiere de lo que parecen obviedades: confirmación, contrastación, precisión, contextualización. No hubo rigor. Fue la Comandante de Policía, casi entrada la noche, quien aclaró: nunca existió tal banda de secuestradores de menores. Los rumores eran inventos.

La desinformación es tan grave que hizo que Trump se convierta en el presidente de Estados Unidos. Eso también ha obligado a Facebook, por ejemplo, a contratar a compañías de factchecking (verificación de datos) para frenar las llamadas “noticias falsas”. Y uso las comillas porque si algo es noticia, no puede ser falso. Es una dicotomía. Noticia es noticia. Y por tanto los periodistas, los verdaderos periodistas, buscamos siempre la verdad.

David Barry en su obra, Ethics and Media Culture, se hacía tres preguntas para reflexionar: “¿Qué le pasa a una sociedad que abandona la verdad como su principio central? ¿Cuáles son las consecuencias para una sociedad cuando somos indiferentes a las formas de engaño y la mentira porque se perciben como partes de una naturaleza humana? ¿Cuándo podemos tolerar la manipulación deliberada de la información como un acto moralmente justificable y defendible? (p. 36)”. Las respuestas están en Posorja: el efecto es la barbarie. Tres vidas segadas y un pueblo hoy en ciernes.

*Allen Panchana Macay es PhD Candidate por la Universidad de Navarra, Master Degree en Comunicación Política de la George Washington University, docente de las universidades Católica y Casa Grande.

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