Maríasol Pons
Guayaquil, Ecuador
Leyendo el texto de George Orwell acerca de la política y el idioma inglés -que en tal caso no nos compete, pero si el uso del español- es curioso entrar en el ejercicio de la construcción del mensaje.
La humanidad se acostumbra con incremento pasmoso a comunicar sobre generalidades. Orwell dice que la prosa hoy consiste cada vez menos de palabras que significan algo para ser reemplazadas por frases prefabricadas que juntas simulan la armazón de un gallinero prehecho. Quiere decir que los textos están plagados de frases comunes que llevan precisamente a lugares comunes. En este sentido un momento de pausa y observación nos aclara que no son sólo los textos, los diálogos también sufren del mismo síndrome. Cuando una conversación suscita una postura, las personas se callan. No siempre quien habla tiene la razón y el análisis no examina eso, sino la capacidad del ejercicio del pensamiento para escoger las palabras apropiadas que se ajusten a lo que pensamos.
Escribía en otro artículo acerca de la importancia del léxico para poder explicar las ideas y así expandir el pensamiento. La autocensura está clavada en el inconsciente colectivo, la moda de lo político correcto nos impone formas comunicacionales que obligan al individuo a callar para no desentonar. Múltiples experimentos psicológicos dan cuenta del efecto que tiene la masa sobre el individuo. Por poner dos ejemplos: Milgram sobre la obediencia, Solomon Asch acerca de que el individuo puede negar la verdad más evidente a sus ojos por presión social.
Se podría concluir que el modelo de comportamiento nos dirige más hacia una vida emocional y poco racional. No importa que el presidente te mienta, si este te miente bonito. Puede decirte cualquier cosa, pero como es una “broma” la gente prefiere reírse y no reflexionar acerca del hecho. Todo armado para que las personas cada vez pensemos menos y reaccionemos más. Estamos saturados de información y agotados por la cantidad de cosas que hay que acomodar en una agenda que cada vez tiene menos tiempo; por ende, si quieres comunicar debes sintetizar. Ahí está el desafío de escoger las mejores palabras que calcen a la idea que se pretende transmitir. Si somos reales podemos sintetizar correctamente; el mensaje y su sintetización se distorsiona cuando somos presa del miedo a ser juzgados por estar “fuera de tono”.
Hablar apropiadamente nos ahorra tiempo para comunicar y nos regala tiempo para hacer. La cuestión está en que culturalmente nos acostumbremos a hablar con sinceridad, a manejarla con aceptación cuando no nos da la razón. Es inteligente saber recibir la sinceridad del otro para ver lo que produce dentro de nosotros y así comprendernos mejor e informarnos mejor. El crecimiento se hace a punta de errores y correcciones, no a punta de vivir cómodos en una línea que no presenta desafíos. Hablar de nada, produce nada.